De este lado del puente
El antecedente inmediato de Bajo el Tacaná. La otra frontera México/Guatemala, aquí republicado, fue Ciudad Juárez: De este lado del puente, asimismo de Isabel Vericat. La obra sumaba su análisis a la profunda inquietud producida por el horror, en aquel tiempo aparentemente localizado allá, antes de su diseminación por todo el territorio mexicano. Dice Vericat:
Pre-sentimientos. Apenas iniciaba el nuevo milenio cuando el viento del Progreso que arroja montañas de escombros a los pies del Ángel de la Historia —dibujado por Klee y relatado por Benjamin— nos arrastró también a nosotras a cierto punto de la frontera norte donde se mataba a mujeres jóvenes, pobres y bonitas. “¿Por qué las matan?”, era la pregunta inquietante y adolorida que se nos hacía. “¿Quién las mata?”, en singular, como si de un asesino serial se tratara, venido —claro está— “del otro lado”, no de México, algo impensable si se quería mantener la inocencia y la consiguiente impunidad en un país que se estaba transformando en feminicida. Porque así lo terminamos nombrando las mujeres: feminicidio, asesinato de las mujeres, no solo de algunas, por el solo hecho de serlo.
Por aquellos años, Juárez todavía parecía el enclave de un experimento misógino y macabro, el laboratorio de una ciudad fronteriza donde medraba la maquila y prosperaba un capitalismo de desechos que empleaba a mujeres y jóvenes de todo el país que se buscaban la vida. El basurero que el Ángel veía aterrado amontonarse a sus pies: el Progreso del Desarrollo estaba a este lado del puente fronterizo por el que pasaban dineros y mercancías, pero no personas desplazadas y emigrantes que buscaban su vida en otra parte.
Hablamos cara a cara con madres de hijas perdidas, mirándonos a los ojos, en el cuarto vacío de las adolescentes con la cama recién hecha por si volvían. Esas escenas estremecedoras, casa por casa, se vuelven insoportables hoy, cuando tener una hija desaparecida o hecha pedacitos se está volviendo normal, palabra maldita. Normalidad que ahora nos dicen que va a ser nueva, otra, cuando venzamos al virus pero sigamos viviendo contaminados por la desigualdad abismal y la violencia de todos los males producidos por el poder y la insaciabilidad del Dinero.
Compartimos la experiencia con Rita Laura Segato, quien concibió La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, a viva voz y por escrito, en nuestra estancia juntas aquellos días en Cd. Juárez, para en otro texto posterior suyo, Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, indagar y plasmar el concepto de heteropatriarcado y el alzamiento en rebeldía de mujeres sin secretos de opresiones, abusos y violencias que guardar: “Si tocan a una respondemos todas”. “El violador eres tú”, el Estado patriarcal.
Ahora, el encierro —nuestra gran conquista fue salir a las calles del mundo— ha convertido el hogar en un taller de violencia y maltrato a las mujeres. Sufrimos el confinamiento y el aislamiento como medidas que convierten la necesaria presencia del otro en un tremendo peligro.
También el teatro, que vive de la presencia de los cuerpos, se paraliza, se mortifica. En aquellos días en Juárez, la actriz Lorena Glinz reunió a jóvenes, convocadxs de antemano por internet, en un taller de teatro testimonial y terapéutico para generar entre todxs una catarsis expresiva del miedo y la violencia en las calles, en sus sueños y en sus cuerpos, desintoxicante y sanadora.
Porque el juvenicidio también empezaba a despuntar.
Cualquier parte de esta acción-libro contribuye a desentrañar el espanto que contiene la mirada del Ángel de la Historia en plena pandemia. El Progreso es letal para la Tierra y para la vida de todos los seres.
Y no solo en las calles, también en el encierro y en todas partes, hoy a las mujeres “Nos están matando”.