para mi padre
creo que a mediados de 2019, en medio de una tarde sin horas, elegí como imagen de pantalla para mi computadora una fotografía en blanco y negro de un antiguo telégrafo. es una vista de costado. imagen que parecería asentar el tono de una afirmación tan definitiva, como improbable, pero reticente. sin duda es la versión digital de una fotografía impresa en papel que formaría parte de las “imágenes de archivo”; siendo pues su realidad física-material, consultable, una vez comprobadas las razones historiográficamente apropiadas que detentarían en ella parte fundamental de una investigación especializada.
recuerdo haber escrito incontables peticiones inquisitivas para-consulta en archivos históricos en la cdmx. las mañanas de los sábados llegaba, ansiosa, tan decidida como dedicada a ‘plantarme’ dentro buscando raíces hasta la hora de cierre. silenciosa, organizada, con libretas, fichas para notas bibliográficas lápices, lentes y un pequeño juego de lupas. me sentaba en uno de los (por lo general, muchos) escritorios vacíos frente a lo que intuía como joyas potenciales —desconocidas sino para unos cuantos— ya fuera en el archivo general de la nación, centro de la imagen, museo de arte moderno, universidad iberoamericana, archivo del inah, ‘el de estéticas’ en la unam (entre otros). urgida por una fuerza centrífuga que ciertas palabras, detalles, opacidades, destellos o ausencias —entre imágenes y documentos— habían ya dejado en la mente de mi mirada, algo, indescriptible, ‘ilocalizable’, avivando en mi interior un ansia de aprehensión que pronto supe reconocer como insaciable.
sin embargo, hoy se prestan tan a-la-mano imágenes como esta y tantos miles de millones de fotografías digitalizadas de aquellos acervos físicos cuya dificultad de acceso confería a la materialidad de la imagen y, a la posibilidad de sostenerla entre las manos enguantadas de blanco, un acontecer que configuraba la revelación y encuentro de/con una presencia– estancia inequiparable —en todos sentidos— a una imagen digital. sí, mantengo la infinitud del valor táctil/visual/estético de la ‘vieja escuela’ fotográfica.
sea como fuere, hace más de seis meses elegí esa ‘imagen’ digital por una clara punción —producto del llamado de la incuestionable intuición— que me permitía apreciar muy cercanamente y con deleitable detalle, el cuerpo-en-perfil de un telégrafo sobre una mesa de madera. su presente-paciencia denota una disposición muy similar a ese estado y estancia del estar aguardando.
imagino que, habiendo sido tan poco memorable la búsqueda, encuentro y ‘apropiación’ digital de ‘mi telégrafo’, ignoro dónde la obtuve, como tampoco sé explicar aún por qué inmediatamente al verla decidí no solo adherirla a mis archivos sino colocarla-en-pantalla para reiterar sus formas cada vez que enciendo esta, otra, ‘máquina’ tanto más compleja que el telégrafo, cuya existencia deviene ahora legible como una de las varias funciones decisivas para la comunicación digital.
sé bien que de vez en tanto hago este tipo de cosas, acojo y albergo, cuando algo punzando, me hiere por dentro, por el que empiezo/termino delante de un estado-en-llamada. mismo que, si no me lanza sobre el teclado en ese minuto derivado del ‘instante decisivo’ de cartier-bresson, sé que eventualmente lo hará y su ‘venida’ (pace derrida) será por entero impredecible, aun cuando ya haya sido ‘vista venir’.
así fue que esa tarde inocua, embalsamada de una solitaria cadencia motivada-sin-motivo, cuando la encontré y la elegí para mostrarse ahí al frente por fondo, afirmando con el paso del tiempo esa condición-en-espera que incluso hoy, confirma.
su (única aparente) misión: recibir sobre sí todo aquello que dejo-visible sobre la faz de la pantalla (en lugar de ‘guardarlo’ propiamente en los archivos internos —como me han instruido, debe hacerse, para asegurar el óptimo desempeño de esta máquina con la que convivo, quizá incluso más tiempo del que ‘paso’ conmigo misma—. y, claro qué restaría por decir sobre la (des)conexión que como ‘soledad buscada y auto-creada’ (parafraseando a m. duras), establezco ante/hacia el resto del mundo (de mi tan breve mundo); sin requerir mayor explicación quienes conocen los motivos que a diario anidan la precisa forma de (in)comunicación que ‘cultivo’ desde el después de mi otra vida; la vida anterior, todavía-no marcada —que a la memoria parece ya tan lejana, casi ajena, como el telégrafo que me convoca en su estar de vida injerta, intervenida—.
ignoraba también, cuando elegí la imagen del telégrafo —y los tantos meses subsecuentes— qué era lo que me impedía imaginar dejar ir esa foto de ‘mi fondo’, un día tras otro, incapaz de saturarme en forma ni contenido. pues sucedía, sucede, todo lo contrario al responder a la necesidad-impulso por escribir mañana, noche o madrugada. cuando enciendo la computadora que a su manera me conecta con los aconteceres de la existencia fuera de mí, y ante la que me desnudo escrituralmente, encuentro de frente y al inicio de cada ‘regreso’ a la escritura a esa ‘otra’ máquina que, paradójicamente, fue diseñada también para escribir y enviar tan velozmente como posible en su tiempo, todo tipo de mensajes. instrucciones, noticias, confirmaciones, negativas, todas encriptadas. mensajes de codificación binaria, cuyo desarrollo enfrentó a lo largo de todo el siglo xix y principios del xx, una febril batalla entre una incansable lista de inventores, pintores, músicos, políticos, filósofos, mecenas, compañías eléctricas, ejércitos, unidades de inteligencia, quienes dedicaron su vida en pos de este aparato.
su misión —entonces— conseguir la transmisión de mensajes (por deducción obvia, antes imposibles de conectar, contactar y enlazar), casi en sincronía con el tiempo de su dictado y emisión. así, por ejemplo, antes y durante las más cruentas batallas y las dos grandes guerras que (de)formaron la primera mitad del siglo xx, esta máquina —que me mantiene perpleja y fincada por el ingenio (literalmente burbujeante) que habita la historia de su desarrollo— para conseguir el perfeccionamiento del primer visionario anhelo que habría de fundar, dando de sí lo prevenido, lo diseñado para poder ‘dictar/dactilar’ tramos y tramas indecibles. convocación de urgencia ante tal o cual embate (o a la retirada de un ya-destinado fracaso) que daría cuenta no sólo de mensajes entre gobernantes, imperios, almirantes, generales con el futuro de poblados enteros; o bien, gritos de auxilio codificados en medio de tragedias irremediables frente al inevitable hundimiento de fastuosos barcos trasatlánticos; de la misma manera como transmitiría mensajes —avisos, a veces, ya sentenciados— dejando entre puntos, espaciados y líneas, registro del aviso desde la última instancia presuntamente comunicable entre la vida y la muerte.
el telégrafo venció la imposible/impensable comunicación entre lejanas distancias, como entre ‘entes’ submarinos y sus escondidos receptores en tierra. transfiriendo datos concentrados de crucial importancia para el presente-en-futuro de un pelotón, de una comunidad, una ciudad, un país y los inminentes peligros por acontecer o ya acorralando sus fronteras; noticias de imperiosa ‘entrega’ en busca de un revés; emergencias ya en curso que operadores telegráficos traducían en palabras convertidas en clave (usando el código morse, entre otros), ejecutadas desde una conducta eficiente, ‘objetiva’, ejemplar (pero, imagino, imposible de no haber sido tocada (aun si invisiblemente) por rasgos vibrátiles escapados del indecible temor recibido a la escucha y transferido a la mano, en la suma de un ritmo/rito de pulsación dactilar. tan extendido y confiable fue el ‘poder’ y la importancia de ese aparato llamado telégrafo —que tan vaga atención parece merecer hoy día—.
ahora, volviendo a la imagen que conservo-en-pantalla (si bien ya labrada en mi memoria), puedo deducir que corresponde sin duda a uno de los modelos más avanzados de la tenaz carrera por el desarrollo del telégrafo (avances deducibles por su tamaño compacto e intuitiva sencillez). un modesto cuerpo rectangular, cuya base de madera y básico diseño se afirman meramente funcionales, indiferentes a cualquier intención estética. sobre ese soporte de madera, un grueso cuerpo oval de acero con un ‘armamento’ de ensamblaje se limitaba a dos cortos tubos (también metálicos) atornillados, como flanqueando el emerger de dos extensiones revestidas por cubre-cables monocromos que agrupan y protegen a otros varios, metálicos y delgados, en su interior, con una vital característica común: la capacidad de transferir impulsos eléctricos legibles.
siguiendo con la mirada —encendida por la posibilidad de recrear-por- semejanza en la memoria corporal la sensación de ese tipo de acciones o mejor dicho, ejecuciones dactilares sobre superficies planas cuyas pulsiones son convertibles en palabras— imagino recorrer al tacto la conformación de la parte trasera del aparato, confirmando como esta parece asegurar en anticipo la presencia —esencial— del único resorte implicado en el diseño/funcionamiento del aparato, con un grosor más delgado que el ‘medio’, con apenas 6 o 7 ‘roscas de extensión’ conjugando un discreto diámetro. este resorte (se) conecta (con) una palanca cuyas dimensiones, agilidad de funcionamiento y asequibilidad de formato debe haber definido la facilidad de interlocución al dictado y la eficacia de/entre todas las partes anteriormente descritas. dicha palanca termina o empieza con una rondalla plástica negra atornillada en tanto única ‘punta saliente’, ofreciéndose con certeza al tacto. una pieza que resultaría completamente intrascendente en cualquier otro contexto pero que, en este cuerpo, deviene irresistible al impulso interno de pulsación —aun si el improvisado emisor no tiene nada apremiante que comunicar—.
pero lo que realmente consiguió la ‘magia’ de transmisión al contacto de los dos cuerpos conectados por la intermitencia de ese resorte que habilitaba no solo la movilidad de la palanca sino su ‘consecuencia’, es una dupla, dispuesta un tanto separada del resorte, que casi incita su puesta en activo, no solo por el deseo de ver o hacer accionar la superficie negra que, como botón extendido, extrañamente seduce en intenciones a la mente como a la mano. y no es antes sino apenas ahora que notamos la presencia de dos pequeños elementos, esperando como sin prisa, incluso decantados de la importancia de su propia existencia ‘visibilizada’ entre el resto del resto de los elementos más vistosamente-tangibles. esos dos cuerpos —también redondos y muy pequeños por comparación—, resultan ser las piezas de menores dimensiones que cualquier otra parte del aparato; siendo que ellos, entre ellos, dónde y desde dónde se activaba la acción de la que todo lo demás dependía y depende, para dar tiempo y lugar al sentido e intenciones que guió la imaginación y diseño de la máquina. dos pequeños imanes electromagnéticos colocados justo en recta vertical fueron el punto de contacto para transformar el movimiento ascendente/descendente de la palanca, activado por presión manual-dactilar, la gestación de energía eléctrica. el mensaje apremiante/ado —probablemente inscrito con premura sobre un trozo de papel— era pues codificado y pulsado, encaminando con precisión la ruta en vía en libre conexión comunicante.
el ingenioso ‘encuentro’ por contacto entre esos pequeños imanes, convocó la viva representación táctil tan ansiada durante el incansable lustro que transportó al pasar del tiempo su creación y perfeccionamiento. vía de comunicación hasta entonces impensada —por presuposición imposible, destinada como una especie de ‘juego sube-y-baja’— de una palanca de apariencia inconsecuente, pero que, situaba a esos dos pequeños imanes a-distancia-de-contacto, equidistantes en utilidad y ritmo de intención codificado.
esa palanca que desde mi pantalla tanto me seduce por ansias de activarla, se ofrecía a sus operadores como una rígida extensión de la mano, pero, imagino, clandestinamente febril-de-expectación, para utilizar en acuerdo con urgencia, tiempo, distancia y necesidad.
con lo anterior, me parece que ya describí lo descriptible de esa superficie circular, negra —vital— para el funcionamiento del telégrafo. pulso plástico en cuya posibilidad de punción habitaba, silente, el lugar de la palabra por decir; la transformable/da realidad del encuentro y concreción de toda posibilidad transmisible entre tierras, búnkeres, convicciones, navegaciones, vigías, cavilaciones, sentencias y salvamentos.
pero, si tuviera ahora mismo un aparato de estos (destinados ya, al igual que las imágenes de archivo, a permanecer como objetos de colección, resguardados en un museo, únicamente accesibles para un especializado proceso de investigación); es decir, si un telégrafo como el que vuelto imagen virtual, tamiza la luz que emite la pantalla desde la que ahora escribo, reposara aquí sobre mi mesa y mis dedos comenzaran a ‘dactilar’ los tiempos y desmembramientos de la confianza en la ‘salud’ menguando durante los últimos seis meses; o todo lo ya para siempre inasible que aconteció en este casa la tarde del domingo 26 de julio; o, tratar, ‘simplemente’ de concretar lo que me distiende otra noche en-vela…
me pregunto telegráficamente ¿qué sería lo decible?; ¿cuál sería la pregunta más urgente dentro y ‘después’ (palabra asignable por condición y/o instinto de supervivencia, pero aún muy lejos de narrarse como realidad pasada) de lo durado (y no de la duración) de este tiempo sin temporalidad? ¿cómo podría intentar encontrar las frases; enlazamiento de palabras en-seguida de una secuencia narrativa, para traducir en morse el sentir-en-disolución que traen consigo los cuerpos sentenciados, ajenos al tacto por decreto, por miedo; los cuerpos cercanos inesperados de un ataque invisible, reforzado, certero; o la amenaza del aguerrido-regreso, eximiendo de una falsa-tregua la pandemia en un mundo tan veloz en contagio como los (des)(a)ciertos conteos anunciados con una velocidad perpleja que a pesar de sí, ya está atrasada.
realmente no sé ¿qué sería lo decible? en un mundo asegurado de haberse alejado tanto de la lentitud y ‘torpeza’ comunicativa del telégrafo, ¿qué es lo que se podría convocar, exponer, retratar, decir, retractar, proponer, retar, confesar, sugerir, añorar, desde el punto/puente de comunicación (si tal), antes de sucumbir a la atmósfera densa de tanta invisibilidad sobre un incontrolado desvanecer?
pues así como debió haber sucedido ‘antes’ cuando un emisor terminaba la cantidad y espaciado de las pulsaciones ‘conformables’ para enviarse como mensaje abierto y cerrado —controlado entre sus propios límites— debe haber seguido-ocurrido en su propio cuerpo algún tipo de desvanecimiento. no solo desde la escucha —cuando urgente o inminente— causada por el contacto a la mayor velocidad alcanzable al precipitar el choque de los imanes de transmisión; sino que ese desvanecimiento tendría que desprenderse de la punta de dedos-operadores que, por incidencia dactilar-electromagnética, los brazos caían a los lados, como queriendo escurrir(se) la tensión acumulada en la mano dictada y la mano ‘dictando’; o quizá, la tensión se mantenía aferrada, enloquecida, afanada y apresada a ellas, a tal grado que tan solo les permitía, si acaso, colocarse sobre la mesa —como si flanqueando el valioso aparato— (aun cuando de un segundo a otro, habíase transfigurado en máquina-tortuosa), para poder mantener la energía en el cuerpo emisor, queriendo aplazar la llegada de ese desvanecimiento (físico, mental y/o emocional) conducido por-las-extremidades desde-las-extremidades humanas y maquinales.
me resulta tan certero como cabalmente asentable que entonces, como ahora, alguna forma del desvanecimiento se rendía —aun si contenida— entre el pasmo-estatizante del cansancio y un ansia-maquinaria por seguir pulsando; asidos a la espera de una respuesta pronta —alentadora o no—; posiblemente también entre minutos (des)cronometables. esa recurrente y retadora espera dejaba(de)verse desvanecida entre segundos que descendían sobre el cuerpo, la escena, el contexto y el apremio. sucedía. acontecía una variable extrañamente paralela a la que (me) habitaría hoy, si pudiera pulsar justo ahora la palanca de mi ‘telégrafo-pantalla’.
sería el reconocimiento de la incandescente (des)importancia de esa casi misma conciencia en espera erguida, urgida de la confirmación del talante absolutamente ‘necesario’ del establecimiento al envío de un cifrado convocado por el ejercicio-encendido de palpitar solo a una respuesta, la que llegara contestando lo que tuviera que ser, incluso quizá, alguna respuesta interferida, pero asumible, confirmable como retribución en importancia comunicada y comunicable para ambos ‘extremos’ del recorrido electrizado códigos-por-palabras lanzadas al contacto de dos imanes activados por una palanca manejable para transformar lo inesquivo en dos velocidades, la primera emisión, tan intensa como fuese posible digitar, la segunda, tan lenta como se lograra mantener la esperanza de un silencio que aún no recibe el código en verificación de su condena. y toda esa desmedida requisición de lo aprehensible anulando la sensibilidad originaria del contacto de dos dedos de una mano sobre un aparato, como tantísimos otros, diseñado prioritariamente ‘para ayudar’.
se jugaba ahí, como se juega ahora, la censura por necesidad de un responsorio, cualquiera. gritando por saturación de silencio entre rítmicos sonidos-por-contacto y sin tapujo la petición, el ruego de una respuesta a las palabras enviadas. extraviadas. para creer que aún existe, entre estas condiciones de ‘desconexión mandatoria’, alguna otra voz pulsada entre códigos; y recibir-por-respuesta a otro dentro de su propio encierro; alguien que ahora mismo pudiera hacerme (re)pulsar [aún si por primera vez] con indecible entusiasmo, la superficie redonda negra y plana del ‘mi’ telégrafo que apenas existe como imaginario de salvamento.
sí, ‘salvada’. ¡qué palabra tan poco escuchada, leída o escrita en estos alargados minutos-meses! pues sí, encerradas entre nuestros códigos de intercambio, creemos pues estar ‘salvadas’, la imagen y mi mirada sobre ella. albergadas fuera del curso del acuciante peligro que nos ronda a todos. es aquí, sobre esta mesa configurada con sobrantes de madera, donde ‘seguimos’, donde emprendemos la batalla diaria por no restarnos de otra forma de comunicación que parece haber sido cercenada por entero debajo de nuestras (pre)ocupaciones canalizadas como sobre-urgentes.
aquí, con la ilusión-en-memoria del uso de un telégrafo, dormimos sin despertar él y yo (como objeto existido), ella y yo (como imagen existente). ¿o será a la inversa?; ¿despertamos sin dormir? ese cuerpo (a su manera y tiempo también incomunicado), que se mantiene en el desinterés hacia casi cualquier mirada. y conforme avanzo, noto cuánto más nos vamos pareciendo/pereciendo este ‘desconocido’ telégrafo (despiadadamente digital) y yo.
reiterándome cada vez que enciendo la máquina, que ‘abre’ su lugar —el de la otra máquina— extendido-por-absorción de pantalla, que entre estas semanas sin fechas decidí ser una escritora interesada en narrar, por absurdo, anacrónico, o ‘fuera de lugar’ como parezca a cual-otro, he allanado el tiempo de la confesión para dejar escrito cuánto quisiera hacerme con el cuerpo de ese antiguo telégrafo cuya sola construcción ‘física’ y electrónica me fascina. ese que me ‘recupera’ —por veces después de horas— de quedarme convertida en mirada afincada (no perdida), recorriendo solamente los perfiles del cuerpo telegráfico. queriendo escuchar, imaginando el tacto de los dos dedos de la mano derecha que usaría para pulsar los tonos, los tiempos, el ritmo, la secuencia de las frases que urge decir —explicitando o no la sentencia de muerte—.
pulsar sin más palabras dado que el contexto está puesto. más que puesto, está desbocado. para dar cuenta de la aún esperanzada (¿o meramente ilusoria?) recuperación de alguna forma de contacto que no será ya sino memoria urgida, anclada, si al menos declarada al tiempo-sucediendo de su necesidad.
¿qué hubiera dicho ayer? ¿cómo hubiera podido escoger palabras para ‘decir’ el domingo a las 19:44 hrs? ¿qué mensaje enviaría mañana, y a quién? no lo sé, ni lo sabré. lo que sí sé, es que ahora dudo si lo que importa es el mensaje o la sola existencia del receptor lo que de tanto en tanto, intento no escuchar cuánto mi cuerpo que anhela a-cercar-se. que si ¿el medio es el mensaje? como se ha repetido con un (casi absurdo) convencido respeto en la cultura de la comunicación esta consigna promulgada, en su momento, por m. mcluhan.
sin embargo, esta vez, no lo creo. de hecho estoy segura de que, desenfocado de la vitalidad operativa de su contexto, ese telégrafo hoy, aquí, ahora mismo, de estar en mi mesa controlado por la fuerza intermitente que imprimiría mi mano sobre él, desplazaría por entero el sentido casi ‘dictatorial’ que fue absorbiendo la frase. ¿para qué?
tal vez para explicar que el anticipo de su estancia sobre mi pantalla, lejos de imaginar el momento en el que me encuentro, me ofrecía una premonición clara sobre el perdido-sentido del contacto. que no está en el mensaje, ni siquiera logra acariciar la premura; que se mantiene ajeno a la unicidad, estado y condiciones del recipiente. como puesto ahí para que esta madrugada, entendiera que el contacto es un tiempo que no existe más…
qué puede llamarse ‘nueva normalidad’, cuando el contacto de un cuerpo querido se ha convertido en el anhelo cierto y a diario confirmado, no solo por mi mente, sino desde la punta de mis dedos, y una escucha que busca en consecuencia pulsaciones sobre otro cuerpo de madera, acero, cables y plástico. pues es claro que se ha perdido ya el espacio entre los cuerpos cuya latencia precisaba de ese umbral y la sola noción como posibilidad de traspasarlo, el espacio de tener tiempo para decir el suspiro —entre— uno y otro. la distancia, por mínima o incalculable, que se podía tender —sin generar(se en) pánico— entre una y otra palabra, incluso si intentando acortar el decir entre claves para ‘ganar’ más tiempo, para perder lejanía, para confirmar la posibilidad de recibir-en-respuesta, la confirmación auditiva del deseo-en-conexión venido de otro cuerpo fuera de un ‘contexto’ ya extinto, arrasado sin freno sobre toda tierra, lengua, cultura, frontera.
o si tal vez, por unos instantes, aquellos del desvanecimiento, es factible imaginar que los pulsos aferrados a todo con una integridad descolocada de sentido, descolorida y sin aviso, pero por entero asfixiante, infinitamente violenta todavía logran concentrar la fuerza mínima pero necesaria para ser lanzados en oscuro vaciamiento. o, quizá, en esos momentos rendidos de instantes desavenidos cuando se precisaba resbalar los ‘brazos telegráficos’ a los lados del cuerpo entre los momentos más apremiantes, para encontrar el vislumbre invisible, incomprobable, de un ‘nuevo’ tipo de archipiélago, paraje concedido por ese anhelo que no cesa, sino al contrario, se redimensia (no: redimensiona) —sonoridades similares en tanto el sugerir de una posición, pero esta última pulsada no hacia sino desde los bordes de la demencia—. la fugacidad de la locura como otra figura del deseo vibra a una velocidad que rebasa hasta la posibilidad de la percepción más hábil, por el deseo que, aún agitado de ansia o agotado de hastío, retumba hasta quebrar por dentro los sentidos de lo destinado y lo imprevisto. cuántas las (in)consecuencias de lo prohibido y las recompensas de lo ‘salvado’. parajes distendidos entre ‘dactilidades’ que guardan (sin duda, diario pesar) todo lo aquí asentado a falta, en falta, de la esperanza-por-desestanque del encuentro, para lo indecible, por lo incansable de la infinita potencia de aceptación profunda vuelta visible, detectable, legible —si tal— únicamente sobre la piel que (des)hace identificable nuestra inescapable identidad y todo lo que dentro de sí comporta el desnudar del delgadísimo contorno de la huella, desde donde vino la primera y restó la última intención del tocar, del acercamiento obligado para cerciorar(se) que a pesar del contacto a pulso, el pulso del contacto se ha perdido.
es ahí donde encuentro el origen de la urgencia, al reverso de la zona más sensible, menos vista, sobre/entre las huellas de dos dedos funcionando en furor, casi fusionados, como si absueltos en uno, cuando condensan el tiempo sin forma de su íntima conexión en el espacio dispuesto-al-contacto (d)enunciador de un aparato (imperdonablemente desterrado al desuso), para dictar el ritmo de la palabra que habrá de retenerse vertebral, o bien, tan solo en la memoria de un rozar como una voz que advierte, reconocida, ‘algo’ evidenciando en otra parte, como petición-en-premura por (des)entablar(se) en/de contacto.