Mi nombre es Mario Alberto Jiménez Iglesias; tengo 29 años y soy de la Ciudad de México. Tengo discapacidad visual total, y la adquirí cuando tenía 12 años debido a una negligencia médica que cambió completamente mi vida al dar un giro de 360 grados, pues de ser un niño que salía a jugar con sus amigos de la cuadra, pasé a aislarme totalmente; de andar en bicicleta, pasé a sólo recordar lo que era andar en ella. Sin embargo, esto no fue motivo para quedarme estancado; pues si bien es cierto que yo pensaba que mi vida había terminado, gracias a mi padre y una de mis primas, retomé la secundaria en una escuela de atención especial. Fue así como poco a poco me fui adaptando a esta condición. Aprendí el sistema braille, salí a desenvolverme de nueva cuenta con compañeros en un salón de clases, aprendí a manejar la computadora de una manera distinta a la que estaba acostumbrado, y empecé a comprender que no tenía que renegar por lo que me había pasado.
Durante los 3 años que estuve en esa escuela aprendí demasiadas cosas y me sentía como pez en el agua, pero el problema volvió a presentarse cuando llegó la fecha de cambiar de escuela y entrar a la prepa. Siendo sincero, a pesar de que me sentía bien anímicamente, en mí seguía ese miedo de enfrentarme a la sociedad, y mucho más sabiendo que se avecinaba otro cambio. No obstante, puse todo de mi parte para realizar el examen y seguir con mi educación, a pesar de que mi madre tenía la posibilidad de inscribirme en una escuela particular, bajo el argumento de que la atención quizá sería más personalizada y no habría demasiados compañeros.
El examen no se adaptó en sistema braille como normalmente se hacía en la secundaria, sino que una persona me leyó el mismo y, por ende, tenía que dictarle a esa persona mis respuestas, por lo que ese momento fue una experiencia de sentimientos y emociones encontradas. El que me leyeran una evaluación para poder competir por un lugar me llenaba de alegría pero a la vez me sentía triste al saber que estaba en desventaja con los demás. De esta manera y con ese pensamiento me retiré de las instalaciones y con emoción esperé el día de la entrega de resultados, sabiendo que tenía muy pocas probabilidades de ser admitido, pero mi sorpresa fue cuando mi papá me dio la noticia de que me preparara para seguir estudiando, pues había logrado mi objetivo de quedarme en la escuela.
Durante mi estancia en la prepa aprendí otras cosas fuera de lo académico, a desenvolverme con personas normo visuales, ya que no existía ninguna persona ciega en ese plantel. Experimenté momentos buenos, malos, y comencé a abrir mi mente para encontrar de todo, así como para buscar alternativas para resolver diversas situaciones. Por lo tanto, volví para culminar mis estudios y de nueva cuenta, me arriesgué para solicitar un lugar en la universidad. Considero ya no es necesario contar lo que sucedió pues, en resumen, terminé la universidad y fui admitido en la carrera que elegí.
Logré salir adelante en el entorno educativo, sin tener las herramientas que hoy en día existen, y tal vez no porque no existieran sino por desconocimiento. Me sentía bien acudiendo a la escuela, al sentir el aire y escuchar el bullicio, pero al estar en casa me sentía incómodo, debido a que sabía que mi familia no terminaba de acostumbrarse a mi discapacidad, y hoy más que nunca lo compruebo, a 17 años de haber perdido la vista, es muy complicado tener una comunicación precisa con ellos. Fuera de las diversas formas de pensar y resolver las cosas, existen detalles tan simples que ocasionan una discusión, sólo porque ellos están acostumbrados a ser muy visuales, y yo me guío por el sonido, por la memoria, y esto me desespera en ocasiones.
Algún día lograrán acostumbrarse y podrán también entender que existen otras maneras de hacer las cosas y que no tienen que ver con que uno vea o no vea, sino con lo que uno entiende del mundo. Algún día también me acostumbraré a que la gente que no ve no podrían entender como uno hace las cosas, pero que se puede aprender de los dos lados.