Una pelusa muertoviva recorre el globo mundo. Virus y capital son extraños compañeros de karma. Buscan ambos derramarse, acendrar sus externalidades, exacerbarlas. La logística es su reino. Lo viral y lo capital aman la acumulación y la circulación, como buenas criaturas autocatalíticas. La carga viral se propaga por los carriles y hubs del economato mundial. What did you expect? La deslocalización (outsourcing) y el desalojo (dumping), la mercachifladura es su caldo de cultivo. Agazapada, la pelusa, en el permafrost derretido, en el carnismo exótico. Viajábamos por una bagatela por todo el orbe, la globalización, el despampanante “mercado pletórico”, en su carrera de la Reina Roja. Tomar miel turca en Pernambuco, golosinas de Sumatra en Albacete. What did you expect? No caben aquí moralinas ni moralejas. Las cosas como son: tanto peor para la abyección, tanto peor para la ingenuidad. La calamidad se veía venir, en slots aeroportuarios y en el pornodivismo de la mercancía, en las películas de serie Z y en los gabinetes. Ha pillado a todo el mundo a contrapié, no por no verlo venir, sino por una bizarra mezcla de mala fe e incompetencia experta. Cuñados, los filisteos envalentonados, y expertos, con su cajanegrizada inoperancia han hecho de claque de una clase política mundial, groseramente cortoplacista, desnudada en su gesto grotesco y ubuesco.
La pelusa ha venido acompañada de algunas levaduras: la vociferoz impiedad de la derecha negra, la revolución nada silenciosa del coste-beneficio, las ensoñaciones de Trapalanda de la izquierda cuqui, la bulomaquia que ha dejado en evidencia a la journaille, el periodismo ancilar de los aspirantes a camareros del mandarinato, la frivolidad senil de los que usan sus obras completas como lechos de Procusto. Vivir para verlo: de la plaza al balcón. El interregno como stand-up tragedy. Los ultramontanos con su epistemología tullida (crippled epistemology); la progrefeligresía con su voluntarismo alienígena, los intelectuales inorgánicos prometiendo un reseteo, un reinicio idílico del estado de cosas. La gobernanza cuartelaria, con su tétrico pensamiento positivo, clamando “¡De esta catástrofe saldremos mejores!”.
Algunos efectos colaterales beneficiosos parecen, es cierto, haberse dado, aunque quién sabe si son un espejismo consolador: la promesa de la agencia renovada de los Estados, la reivindicación de la salvaguarda de los bienes públicos, el toque de atención contra la inanidad telemática de la pretendida transformación de la vida en call center, la urgencia nada impostada de la devastación del urbanoceno, el reconocimiento en carne viva de los desajustes entre globalización, soberanía y democracia (el trilema de Rodrik) o la armonización, en algunos lugares como Italia y España, de piedad y disciplina. No faltan quienes, habida cuenta de que la jodienda empezó con el holoceno, avizoran un benéfico empujón de descivilización, un regreso a la bifurcación del camino no elegido. Vete tú a saber. En todo caso, lo que se echa de ver es una pasmosa debilidad de nuestra imaginación, provinciana, timorata y parroquial, en fin, «some weakness in our imagination».
En esta tesitura de postrimerías, ante un universo lazareto, una leprosería mundial integrada, caben varias posturas y reacciones: la vieja cantinela gnóstica del contemptus mundi, el sarcasmo de los individuos flotantes, la autoafirmación canónica de los integrados o la desorejada cursilería de los idiotas (o muy vivos). No obstante lo cual, varios fenómenos muy peludos ameritan abandonar las propias andaderas teóricas y entregarse a la perplejidad más guerrillera, a saber: unas poblaciones acatando dócil, pero no borreguilmente, el confinamiento, una suerte de soberana obediencia, los ciudadanos reclamando, vía Big Data, una intervención algorítmico-pastoral, una ¿inédita? biopolítica desde abajo (“biopolitics from below”), una confirmación del nuevo culto (quizás acaso aquí Agamben no anda descaminado) a la Vida, una Internacional Vivaracha dispuesta a la más cuartelaria de las existencias, en perjuicio de la piedad, la Vida como valor tesoro, frente al cual todo lo demás son baratijas, y, finalmente, una incondicional subordinación a un Establo del malquebienestar (una estabulación), propia de consumidores satisfechos o querulantes, que no cuadra nada bien con los intereses de lo común y de la co-inmunidad, los cuales se me antoja que exigen un uso frugal de las cosas.
Una “imaginación radical” como la que exige la situación, ante la turpitudo de las teorías bienintencionadas de la higiemonía, no es ajena al conocimiento concreto, morfológico, de los engranajes del sistema mundo, de los caminos de dependencia que nos han llevado hasta aquí. No vale la santería de la apoderación y la habilitación (empowerment), no vale el buenismo embriagado por la falacia moralista, no ayuda el divismo de la agencia identitaria. Solo el estudio atento de los casos difíciles, de los trade-offs, de las alternativas no cursis de política fiscal, laboral, de la existencia que pondremos o querremos poner por encima de la Vida, ese moloch invertido, puede salvarnos.