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Paranoia razonable

Ayer fue mi cumpleaños, y Sahily y yo rompimos la estable cadencia de los días.

Cuando cayó la noche, nos vestimos a lo rotundo. Ella se puso un túnico largo de buen ver, como decía mi abuela. Yo me armé de un saco, sin corbata. Y a cenar fuera, es decir, pusimos la mesa plegable en la terraza, prendimos velas amarillas que nos volvieron espectros, y despachamos lo mejor que quedaba en el fondo de la nevera, un manjar indocumentado que nos llevó media tarde preparar y que acompañamos con un vino, también de lo último de la reserva.

Acordamos no hablar de virus y sucedáneos, pero fue inevitable, como inevitable es la paranoia que quisiéramos mantener a raya, en el justo límite de lo razonable.

Se me ocurrió que lo novedoso en casa no era que Sahily ejerciera el mando. Sahily es dueña y señora, y yo feliz de ser vasallo de Su Gracia.

Sahily no estuvo de acuerdo.

Insistí en que lo novedoso era, es, la pasión detersiva de Sahily. Pasión variada, constante y de obstinación mayúscula. Para cada necesidad humana, incluyo el rascarse, ha creado un protocolo de estricto cumplimiento.

Sahily tampoco estuvo de acuerdo.

De hecho, seguí insistiendo, el protocolo de protocolos nos prohíbe salir, prohíbe hasta que nos asomemos por la ventana, salvo para aplaudir a las nueve de la noche, pero quienes se asoman son nuestras manos. Aunque Sahily sale, sí, como yo salgo, obligados a asomar más que las manos. Pero, ella, solo ella, no se contenta con el consabido tapabocas que incluye las narices, y cuyo nombre tiene tufo mesopotámico.

Según una tablilla cuneiforme encontrada en la vieja ciudad de Ur, el rey Nabucodonosor no salía a pasear por sus jardines colgantes sin nasobuco.

La dama de marras ha aprendido a enredarse en el hiyab, un acto coqueto, y creo que no parará hasta meterse en el burka, un acto demencial.

Sahily mantuvo su inveterado desacuerdo, pero esta vez con sonrisa.

Es cierto que hace muy pocas y muy breves salidas, igual que yo. Y la consecuencia del estarse en casa, casi a tiempo completo, es notoria. A ella le han crecido las nalgas, hecho comprobadísimo, y yo en todo conservo el mismo tamaño, hecho también comprobado. No sé si a eso se le pudiera llamar coronavirus a dos velocidades.

Estábamos cerca, pero Sahily trocó el desacuerdo por el gesto de acercarse un poco, con sonrisa persistente.

La noche clara y fresca parecía que no quería pasar, los manjares sí pasaron, y el vino también.

Creo que de haber salido al mejor de los lugares imaginables, fuera de casa, y con la mejor compañía, aparte de nosotros mismos, no la hubiéramos pasado tan bien. Lo que explica, en parte, por qué Sahily y yo queremos, y no queremos, que se acabe esta visitación del medioevo, y antes aún tebana (Edipo con peste mediante), pero la visitación, como la cena y el vino, como la espléndida noche, tendrá su fin, porque el fin, lo que es el finalísimo fin, no lo traerá, así lo dicta la paranoia razonable.

Sahily por única vez estuvo de acuerdo y se acercó del todo.

 

La Habana, Cuba

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa