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Recordemos la peste negra

Estupefacción en nuestros hogares al ver la necesidad de enclaustrar a todos los habitantes durante semanas a causa de un virus minúsculo surgido en la lejana China. “Volvemos a la Edad Media”, gemimos.

Sí, volvemos a la Edad Media. La peste negra (1347-1352), que también provenía de las estepas de Asia central, mató a casi la mitad de la población europea en cinco años. Después, los retornos regulares hasta finales del siglo XIX diezmaron y trastornaron profundamente la civilización europea. Duelos familiares, recesión económica, desbarajustes sociales, conflictos religiosos se produjeron a continuación. Incluso podría ser una de las causas del cisma protestante del siglo XVI.

Pensemos primero en qué pasó con los judíos. Era necesario encontrar una causa a esta desgracia, sin duda un castigo de Dios. El chivo expiatorio hecho a medida fue el judío. Es quien envenenaba el agua de los pozos, así que: ¡clamor contra las sinagogas! Hubo, además, un hecho poco conocido pero intrigante: los judíos parecían menos afectados que los cristianos. En una ciudad de Europa del Este, un rabino y un clérigo lo debatieron. El rabino señaló que los judíos hacen unas abluciones rituales antes de las comidas —lo que las autoridades contemporáneas siguen instando a hacer hoy—. Pero parece que la nota cayó en el olvido y no provocó ningún cambio en la práctica.

 

Explosión clerical

Un segundo fenómeno notable en aquella época fue la inflación clerical. En algunas calles de las ciudades solo quedaban vivas cinco o seis personas, que lo heredaron todo. Si un benjamín recibía la propiedad de sus padres y de los hermanos y hermanas, se hacía rico, sentía un deber de agradecimiento hacia sus seres queridos. Evidentemente entonces pensaba en su salvación y encargaba misas para ellos. Cada iglesia tenía numerosos altares laterales, que precisaban de encargados que generalmente no tenían ninguna otra función pastoral. A esto hay que añadir la corte episcopal, el cuerpo de los canónigos de la catedral, los conventos de religiosos (dominicos, franciscanos, agustinos…) y, por supuesto, los sacerdotes de las diversas parroquias. Por no hablar de los conventos de religiosas que tenían sus curas.

 

Sacudida del sistema político-religioso

Añadamos que la avalancha de enterramientos no ayudó a elevar la moral de los habitantes. Tampoco la predicación. Jean Delumeau estudió atentamente los sermones de la época. La muerte, el infierno, el purgatorio, los sufrimientos de los condenados, eran los temas privilegiados.

También la pintura se ocupa de este tema: diablos con cuernos, llamas rojizas, danzas de la muerte, recuerdan a los feligreses los castigos que los amenazan. El miedo a la condena nunca dejará la psique occidental. El miedo y la culpabilidad empujan a la gente a la Iglesia, que les abre la puerta estrecha de la salvación. Fuerza y ​​fragilidad de esta pastoral… La revuelta luterana socava un sistema que la venta de indulgencias hace aún más problemático. Así fue como el virus de la peste, endémico de Asia, fue capaz, al acercarse a las orillas del Mediterráneo, de sacudir el sistema político-religioso de la cristiandad occidental.

Del mismo modo, el coronavirus actual está haciendo tambalear varios dogmas que parecían, no hace demasiadas semanas, inviolables en Europa. Los Estados-nación, por ejemplo. Vistos como un resto deplorable de los nacionalismos del siglo XX, aparecen de repente como los únicos ejecutivos capaces de tomar las decisiones rápidas y contundentes reclamadas por un peligro mortal.

 

La globalización cuestionada

También se pone en cuestión el flujo ajustado de la globalización. Los transportes son tan fáciles y rápidos que los pantalones más consumidos del mundo, los vaqueros, ven su algodón cultivado en Egipto, tejido en Bangladesh, son cortados en China, teñidos en Marruecos, exportados a Holanda, desde donde se distribuyen a los diversos países de la Comunidad Europea. Pero hace falta un grano de arena (de hecho un virus es mucho más pequeño que un grano de arena) para que se atasque toda la máquina.

Desde hace décadas, los expertos mundiales en pandemias han defendido que uno de los mayores peligros que amenazan a la humanidad es el de la aparición de un nuevo virus contra el que no habría medicamentos ni vacunas. Temblamos durante la gripe aviar, después con el SARS. Pero pocos años después, los chinos han sido sorprendidos por el Covid-19 y han intentado camuflar su aparición. Hace estragos en Wuhan desde diciembre pero hemos tenido que esperar hasta marzo de 2020 para darnos cuenta de que la epidemia también se podría extender entre nosotros. Sin embargo, desde hace semanas ya han desaparecido las mascarillas quirúrgicas y las soluciones antisépticas de las farmacias. Además, nos damos cuenta que el número de respiradores es demasiado pequeño en los hospitales para hacer frente a una epidemia de magnitud media.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), señala que los Estados han disminuido regularmente la financiación y que faltan medios para organizar acciones a escala global.

 

No solamente recoger datos. Hay que saber analizarlos

De hecho, casi no ha habido grandes expertos económicos y políticos capaces de hacer un balance del problema a principios de 2020. Actualmente disponemos de la mayor cantidad de datos y de estadísticas recogidas desde el inicio de la humanidad, pero hemos sido incapaces de ver lo que teníamos en la punta de la nariz.

¿Habéis dicho Edad Media?

 

Palafrugell, 23 de marzo de 2020

Centro de Estudios Avanzados en Pensamiento Crítico (Barcelona)