Vino nuevo en odres viejos, por Ángeles Smart*
Vino nuevo en odres viejos es la imagen que usa Benjamín Mayer Foulkes para describir la relación —posuniversitaria— de 17, Instituto de Estudios Críticos con el saber. A diferencia de la universidad, que suele buscar una relación positiva con los distintos conocimientos a través de los cuales quiere aprehender y dominar la realidad, la posuniversidad da lugar a lo negativo y lo imposible. No es el lugar del saber sino el de su interpelación. Son tomadas en cuenta las advertencias del psicoanálisis lacaniano y del pensamiento contemporáneo, en particular de la desconstrucción: lo más certero, y no solo en términos epistémicos, es lo irreductible e indomeñable: lo residual, el desecho, el escombro, la ruina.
El corte con las formas de la institucionalidad tradicional no es caprichoso y mucho menos azaroso. Producto de reflexión, análisis y escucha del deseo, que siempre circula pero pocas veces se asume, la propuesta ofreció y ofrece un espacio de formación que, si bien es alternativo, no queda fuera de las exigencias para su acreditación. De aquí la idea según la cual los odres son los de siempre. Se trata de que la crítica opere desde la inmanencia del propio sistema universitario, no fuera de él. Los odres son los mismos, pero a la vez son otros; en la exigencia de dar cabida a lo distinto, absorben su golpe pero persisten, transformados. Lo nuevo no es el recipiente, sino lo recibido. Lo nuevo no es un corpus doctrinal, que suplantaría afirmaciones o proposiciones antiguas, como si un saber verdadero viniese a ocupar el lugar de uno falso: lo que ha quedado vacío es el lugar mismo del saber. Como también el poder que conlleva. Y este vacío, que no aspira a ser llenado, es propiamente la forma de una discursividad crítica, cuya estructura desarticula desde dentro todo contenido que intente erigirse como tal.
Lo nuevo es la convicción de que un discurso crítico puede serlo solo por estructura, si vive de la destrucción de la propia conceptualidad. De modo que lo único que cabe es su interpelación sistemática: que su decir resulte de una estrategia constante de contra-decir. Ante la tendencia del poder a reproducirse en su discurso, ante la tendencia de los discursos a transformarse en discursos de poder, la salida consiste en proponer siempre, frente a toda formulación y proposición, un contrapunto constante y persistente que los limite y los contenga. Un ardid para superar el engaño y resistir al canto de las sirenas que prometen, por fin, un discurso que no necesitaría de su contra-discurso, o un poder que no necesitaría de su contra-poder.
Salvaguardar el momento crítico del discurso de la universidad es entonces, para 17, la condición necesaria para salvaguardar su propia disposición a la enunciación. De ahí que esta forma de saber, modo alternativo de habitar los lugares tradicionales, sea fundamentalmente una experiencia, situada más allá de la tradicional partición entre la teoría y la práctica. No existe un saber que en cuanto teoría proponga, postule o se derrame hacia determinadas prácticas, sino que es el propio saber y su estructura —cual vino nuevo que fermenta— el que actúa y corroe desde dentro los odres envejecidos. No hay causa y, después, consecuencia o efecto: no es la praxis la aplicación del concepto. Hay interpelación de lo mismo por sí mismo: en el vino están a la vez la causa y la consecuencia, la teoría y la acción, el texto y la escena.
Lo performativo es así uno de los motivos más prolíficos y recurrentes de la propuesta posuniversitaria de 17. Puede ser reconocido en tres figuras fundamentales que aparecen reiteradamente en las narrativas del Instituto: la performatividad entendida como una forma de hablar, como una forma de escribir y como una forma de caminar.
Contar, decir, describir, recordar, retomar, narrar. Un flujo discursivo constante, sin prisa pero sin pausa. Rapsodas del español en todo su esplendor: tonos, voces, tempi. Una fonología que se hace acto en los coloquios, en los programas de radio, en los mensajes de voz para comunicar novedades. La tradición dramática del monólogo y el soliloquio, que aquí impulsan la reflexión, el análisis, el pensamiento.
Pero el verbo hace carne, porque lo era desde antes: desde siempre. Se escribe y se imprime. Dispositivos que trazan y promueven la pasión por la escritura, el texto y los signos. Ortografías y heterografías que circulan y redimensionan la materialidad, el cuerpo y los intercambios con un otro que no siempre oye pero muchas veces lee. Dice Mayer Foulkes: “En 17 consideramos al texto, a la escritura, como un país, como un espacio habitable —común y compartido— más allá del espacio geográfico habitado”. Hablar y escribir, mientras se camina y avanza. Sin apuro. Una errancia colectiva que recibe lo que le ofrece el día y la noche. Una caravana que avanza para escuchar, y que en su escucha se ve obligada a caminar. Lo que se dice no tiene trama ni argumento fijo. No acontece en busca de efectos o de metas perseguidas. La caravana no tiene itinerarios ni estandartes. Tampoco destinos prefijados. Solo propone una sintaxis performática del habla, de la escritura, del caminar. Improvisa en el fluir y el suceder, incrustado en la cotidianidad de cada cual, a la luz tranquila pero implacable de sus comunes días.
También, pero de otro modo, en 17 el vino nuevo viene en odres viejos. Mediante una voltereta de la imagen y la recuperación por vía negativa del valor de lo de siempre, la mismidad recobra su crédito. Al no olvidar que lo lejano preserva su fuerza de atracción, que no hay que cansarse de decir las cosas únicas, las que verdaderamente importan, pero decirlas renovadamente. El performance es también una contemplación crítica que reanima lo perecido, sabedor de los ojos ciegos que vieron el alumbramiento, y lo contaron. Sabe, también, que hubo profecías y promesas, e intuye que aún hay tiempo y remedio. Se refrendan los motivos de la espiritualidad profunda, a la vez que reconoce otros. De nuevo, la sintaxis de los odres. Una poética moldeada con la lectura de antiguos textos sagrados y profanos, que conservó su belleza. Reservorio de formas receptivas y discursivas llenas de actualidad y potencia, que hoy no se expresan en su positividad aparente, sino en la sobriedad de su negación.
*Docente Investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro, Argentina. Doctora por 17, Instituto de Estudios Críticos, con una tesis sobre Bolívar Echeverría.