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Tríptico del confinamiento. Un texto de nuestros tiempos

Parte uno. Cuando la mente se desliza entre la ansiedad y la confusión, un revoltijo de pensamientos, especulaciones…

 

Encuentros cercanos de tipo coronavirus

Por supuesto, se están invocando las antiguas profecías del Juicio Final: Nostradamus, el Apocalipsis, Kaliyuga. ¿Cómo podría ser de otra forma? Inundaciones e incendios, la peste suelta entre el vulgo. Lo opuesto de todo lo que es visto como el orden natural. El fin del mundo que conocemos. Una pandemia sin precedentes que se propaga rápidamente de un extremo del globo al otro, golpeando indiscriminadamente a los poderosos y a los débiles, a los ricos y a los pobres, a los jóvenes y a los viejos, sin importar raza, religión, nacionalidad.

Algunos lo están viendo como una lección de la Madre Naturaleza. Con la humanidad encerrada entre cuatro paredes, el resto del mundo natural recupera rápidamente la salud que el Homo sapiens ha destruido. Los ambientalistas han sido validados. Sólo hacen falta unas pocas semanas sin los gases tóxicos y venenos químicos de la civilización urbana para ser bendecidos con un resurgimiento de cielos azules, mares limpios, delfines jugando, noches estrelladas, pájaros que cantan y aire respirable. Los gorriones han regresado. Nada manda más claramente la señal de que el hombre, con su codicia por más y más consumo, es el mayor enemigo mortal de nuestra esfera azul, esta casa que todos compartimos, el planeta Tierra. Vean cómo florece sin nuestras intervenciones malvadas.

Y aun así, como Jano, a pesar de que vemos hacia atrás, hacia las escrituras antiguas y una época menos contaminada y de estilos de vida más simples, simultáneamente parecemos estar acercándonos a un mundo directamente extraído de la ciencia ficción, un mundo que me ha enseñado a reconocer mi dieta de libros populares de ciencia ficción y cine futurista. Un virus mutante que aterroriza al mundo y para el que no hay cura. Del que se rumora que ha sido cocinado en una caja de Petri y lanzado a la humanidad. Estilos de vida cada vez más aislados, con interacción humana principalmente a través de pantallas: sea para trabajo, compras, recreación o intimidad. Contacto mínimo de humano a humano. Con robots que toman cada vez más labores cotidianas. Con control mental conducido por tecnología que dirige nuestras elecciones de gobierno, música, parejas de vida. Coches y trenes sin conductores. Realidad virtual aumentada que reemplaza la experiencia directa, desde deportes de aventuras hasta turismo. Drones que vigilan las calles y las reuniones públicas, grabando detalles minuciosos que pueden ser recuperados y examinados según se requiera. Vigilancia continua de vidas individuales, desde datos financieros y médicos hasta los lugares a dónde vamos, con quién nos reunimos y qué comemos. Por una parte: opciones, opciones, opciones. Por otra parte: control, control, control. Una paradoja aparente. Y en algún lugar por ahí, un intento de entender el papel, en este escenario, de ese concepto peligroso y cada vez más pintoresco: la libertad.

¿A qué clase de mundo saldremos, parpadeando y desconcertados, cuando seamos liberados de nuestra custodia protectora? ¿Será más gentil, menos decidido, menos codicioso? ¿Vamos a consumir, desperdiciar y contaminar menos, disfrutar más del contacto y de la interacción humanas, se nos permitirá un mejor equilibrio entre trabajo y vida? Los niños, hartos de estar a puertas cerradas con sólo sus teléfonos celulares y sus pantallas de computadoras para interactuar, ¿preferirán jugar unos con otros al aire libre? ¿Los adultos dejarán de lado sus dispositivos a favor de las conversaciones cara a cara de las que han estado privados? Todo esto es posible. ¿O caminaremos hacia un ambiente mucho más difícil y rígido? ¿Nos descubriremos sometiéndonos nosotros mismos a niveles de vigilancia y control en ascenso por parte de gobiernos y corporaciones en nombre de nuestra salud y seguridad? ¿Nos encontraremos con decisiones autorizadas y medidas draconianas puestas en práctica mientras nos concentramos en lavarnos las manos y desinfectar superficies? ¿Sentiremos la pérdida de nuestra libertad individual? ¿Y cuál será, entonces, el destino de ese concepto pintoresco: la libertad?

Queda por ver qué sacaremos, como seres humanos, como lecciones aprendidas de este largo confinamiento. Siento que no puede haber un simple regreso a la vida tal y como la conocíamos. Porque inevitablemente este periodo de aislamiento y cuarentena nos habrá alterado de alguna manera: al enfocarnos en lo que valoramos, en qué es innecesario para nuestro bienestar y qué es esencial, al forzarnos a ajustar nuestros hábitos y estilo de vida a la nueva situación y encontrar qué nos acomoda de ella y qué no podemos soportar. En otras palabras, comenzamos a entendernos a nosotros mismos un poco mejor cuando nos vemos limitados sólo a lo fundamental. Descubrimos profundidades, miedos, talentos, preferencias. Estamos obligados a salir como gente transformada. Incluso si regresamos a nuestras rutinas previas, nos involucraremos en ellas de forma diferente. Y algunos de nosotros quizás escojamos probar cosas nuevas en vez de regresar a las cosas como eran antes. También sistemas, procesos y el mismo mundo de afuera tendrán que cambiar. Tendrá que haber una nueva normalidad a la que que acostumbrarnos, desde algo sencillo como usar un cubrebocas en público hasta las maneras en que viajamos, comemos en restaurantes, hacemos compras.

Cuando el confinamiento comienza, lo pienso como una interrupción no bienvenida pero necesaria, y a regañadientes la clasifico como una espera para retomar la vida. Pronto me doy cuenta de que esta es la vida y de que, si no quiero que días, horas y meses del tiempo que me resta en la Tierra desaparezcan en la nada, debo empezar a vivir esta vida inesperada tan plenamente como sea posible. A pesar de la ansiedad, de fases bajas y grises, de la incapacidad de concentrarse, del hastío —que, hay que asumirlo, también era parte de mi vida anterior— tengo que encontrar significado y valor en ella. Aquí, sola. Entre estas paredes.

 

Parte dos. Cuando el futuro está en pausa mi presente sólo puede volverse hacia mi pasado.

 

Y, entonces, la mente se vuelve el lugar.

 

El milagro de espacio que es la mente.

La memoria, baúl de tesoros del corazón.

[Esto es, entonces, donde vagabundeo].

… es cuartos, patios, jardines, calles.

Ciudades, valles, bancos y costas.

La misma calle durante décadas.

El mismo cuarto durante la vida entera.

Visitamos, nos quedamos, regresamos…

[Tiempo pasado, tiempo que ha pasado, en espacios que generosamente se ofrecen a sí mismos para el recuerdo, nos permiten entrar de nuevo]

… y una vez más nos calienta

la luz del sol que atraviesa la ventana,

movido por las sombras que descansan en esas esquinas,

enfriado por el suelo de piedra bajo nuestros pies.

La curva de la carretera.

El oleaje de la marea rompiendo jade

frágil en la arena.

El calor de una roca en la que descansamos.

Las geografías íntimas del deseo.

La geografía infinita de la mente.

 

Parte tres. Cuando los libros se convierten en el alimento que necesito

 

La memoria me lleva a lugares en los que he estado. Los libros me llevan a lugares en los que nunca he estado. Engullo los libros, me relleno con ellos, codiciosa, hambrienta, voraz por los espacios que abren para mí, poco familiares, extraños, incluso inimaginables. Viajes en el tiempo, viajes en el espacio, paisajes sin explorar, ideas sin explorar, emociones, conceptos. Aventuras, misterios, descubrimientos, epifanías. A través de la lectura —que, por supuesto, también es de viajes, preguntas, flaneurismo, pruebas, aprendizaje— vivo como ser humano, conectada, en este tiempo de profunda desconexión. Leer me ayuda a cultivar los estímulos que se acumulan en mí, pantalla tras pantalla tras pantalla. Deshierbo, atiendo, composto, entresaco; nutro lo que crece verde y que me ayudará a resistir. Los libros son mi vínculo con lo nuevo, tan necesario para mi presente como el pasado.

Y, finalmente, esto… un texto de los tiempos:

 

Acantilado

El acantilado, en tajadas, abrasador,

caer (vivir al límite, jadeo

de espacio, vasto, vasto) y aun así… Sólo

el aire, respirando, y los pájaros,

Todos los pozos están envenenados

sí, puede haber

pájaros, llamando y anidando

y el mar, todos los pozos suspirando,

pulsando como sangre, sin cesar

están envenenados y la luz yace cercana,

fría como agua, los pozos lamiendo

las paredes de cascarón de cuartos que

abren los pozos uno a otro

como granos vertidos de una mano

a otra y todos se están moviendo

como una promesa, como esperanza, como

la paz misma sólo

más allá de mi envenenada

vista.

 

Este texto está compuesto por una versión ligeramente corregida del ensayo que apareció en The Phoenix Rises: Lockdown Chronicles (Delhi, 2020) e incluye poemas escritos previamente.

 

Traducción del inglés por Germán Martínez Martínez

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa