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Virus, revueltas, capital (artículo)

¿Qué tienen en común la serie de revueltas que han explotado en diversos lugares del mundo durante los últimos años, y la pandemia decretada por el aumento masivo de casos de contagio del COVID-19 en los últimos meses? Por supuesto, no se trata solo de un parentesco metafórico, esto es, de una analogía basada en la descripción de las revueltas y su propagación de acuerdo con las descripciones relativas a la proliferación viral. Y no porque esa metáfora esté errada o posea una carga poética restringida, pues ya lo advertía Deleuze atendiendo a la descodificación del capitalismo clásico: el mundo actual está constituido más por la axiomática inanticipable de los derrames y las proliferaciones que por la economía de los códigos y las territorializaciones monumentales, haciendo posible formas del contagio y de la imitación (Gabriel Tarde) que subvierten los modelos molares de las ciencias sociales tradicionales y sus teorías de la acción y del cambio social (Durkheim y las sociologías normativas). Sin embargo, la convergencia del virus y las revueltas va más allá, pues alude a una cierta co-pertenencia, y aun más, a una co-emergencia de ambos fenómenos. En efecto, las condiciones socioeconómicas que han generado la aparición y propagación del virus son las mismas, en términos generales, que aquellas que han obligado a miles de personas, en diversos lugares del mundo, a abandonar la inercia acostumbrada y ocupar las calles en señal de descontento, saturación, rabia o desesperación frente a unas condiciones de injusticia, discriminación, violencia y precarización estructurales o, incluso, tendencialmente progresivas. Problematizar esta co-emergencia es la tarea que me propongo en las siguientes páginas, aunque sea de manera todavía preliminar.

Para esto, necesitamos primero poner en cuestión el carácter eventual o accidental de la pandemia, apuntando a su profunda imbricación con los procesos de acumulación del capitalismo neoliberal contemporáneo. Luego, en una segunda instancia, debemos poner en cuestión la idea misma de “normalidad” y las esperanzas en su recuperación, para mostrar cómo situaciones supuestamente excepcionales tales como las guerras, la proliferación de enfermedades contagiosas, las sequías e, incluso, los accidentes nucleares, son aspectos distintivos y constitutivos de la “normalidad” capitalista histórica y contemporánea. Finalmente, debemos explorar la relación entre la sostenida precarización de la vida y la condición singular de las revueltas contemporáneas, las que ya no pueden ser inscritas en la concepción normativa, universal o necesaria del cambio social, según las perspectivas evolucionistas, emancipatorias y revolucionarias clásicas. Las revueltas, en su condición inminente, no pueden ser explicadas por los presupuestos de la teoría sociológica del cambio social, pues dicha teoría tiende a concebirlas como manifestaciones anómicas y desviadas de las pautas programadas de la evolución social, pero tampoco pueden ser propiamente comprendidas desde la representación monumental de la Revolución, como ruptura y nuevo comienzo, o como acción política antisistema, orgánicamente coordinada y regulada según una organización principal de la acción que descansa en una determinada postulación de las relaciones entre teoría y praxis social, y en la integridad o “identidad para sí” de una determinada subjetividad revolucionaria. En este sentido, la pregunta por las revueltas no se refiere solo a su singularidad situacional, sino que también a su historicidad, lo que nos demanda, a fin de cuentas, una problematización de la misma relación entre existencia, temporalidad y política. En este contexto, me atrevo a sostener que le cabe a la infrapolítica la posibilidad de captar esta historicidad sin remitirla al esquema teoría-praxis que alimenta las concepciones habituales de la política moderna.

Parto, entonces, por formular mi hipótesis general:

La intensificación actual de los procesos de acumulación, explotación y expropiación capitalista, precipitada por la desregulación neoliberal, lleva a la combinación de formas primitivas y sofisticadas de extracción de plusvalía, a la masificación de prácticas expropiadoras y al desbalance del metabolismo entre sociedad y naturaleza del que hablaba Marx, hacia una forma de producción y de explotación que atraviesa el umbral de sustentabilidad moderno, confrontándonos con la amenaza de la devastación. Dadas estas nuevas condiciones, que son el efecto de la intensificación de los mecanismos distintivos del capitalismo clásico, la teoría política del antagonismo moderno, pensado en términos de clases (burguesía/proletariado); en términos nómicos (imperialismo/colonias), o en términos identitarios (todas las luchas territorializadas en la lógica del nosotros/ellos), ya no parece dar cuenta de la singularidad de las revueltas sociales. En la medida en que el antagonismo pensado según la topología moderna de las luchas sigue remitiendo las revueltas a las directrices emanadas desde la división social o sexual del trabajo, o a la dialéctica entre hegemonía y contra-hegemonía, circunscrita al Estado nacional, o, incluso, a las variantes de la soberanía moderna (estatal/popular), sigue sin captar su singularidad. Es este desfase entre la teoría política de los antagonismos y las expresiones efectivas de las revueltas el que nos permite afirmar la pertinencia de la interrogación infrapolítica, pues desde ella el mismo antagonismo se pluraliza en una diversidad de conflictos que no necesitan restituir la lógica del conflicto central para marcar su supuesta racionalidad estratégica. Y, sin embargo, todavía sería necesario advertir que el elemento común de estos diferentes antagonismos, pensados infrapolíticamente, yace en que son, de acuerdo con sus respectivas condiciones de emergencia y expresión, conflictos afirmativos de la existencia contra la fuerza devastadora del capital.

Explicitar y atender a las consecuencias de esta compleja hipótesis es nuestro más inmediato cometido.

 

 

La pandemia como plus-valor

 

El capitalismo avanza mediante la universalización de sus condiciones de posibilidad, las que descansan en procesos de explotación y expropiación-apropiadora del uso colectivo de los bienes y recursos “naturalmente” dados al hombre. En un artículo reciente sobre la cuestión de la naturaleza y el problema el valor en Marx[1], el destacado sociólogo marxista y ecologista, John Bellamy Foster, recuerda aquellos famosos escritos de juventud de Marx relacionados con el robo de leña. Se trata de cinco intervenciones en las que el alemán critica la nueva legislación prusiana sobre la criminalización del llamado “robo de madera en los bosques de Renania” por parte de comunidades campesinas, cuestión que habría marcado un cambio en las relaciones de apropiación, en el concepto mismo de propiedad y en su relación con el crimen de la expropiación y del libre uso de los recursos naturales en esos años. Estos artículos, que aparecieron entre octubre y noviembre de 1842 en la Rheinische Zeitung[2], ya han sido destacados por su centralidad en la génesis del pensamiento económico marxista bastantes veces como para recalcar aquí su importancia, pero tal vez valga la pena referir el reciente libro de Peter Linebaugh, Stop, Thief!, quien, jugando con el título, vincula ese momento cuasi “originario” de la crítica marxista y la situación actual de expropiación y explotación capitalista, masificada a nivel planetario, como una actividad criminal de destrucción del común mediante el sostenido avance de una cada vez más sofisticada división del trabajo orientada a la acumulación, y una híper-explotación de recursos, complementada, a su vez, por una tendencia a la privatización expropiadora y a la criminalización de la libre recolección y del libre uso de los bienes comunes, tales como el agua de napas subterráneas o la recolección de aguas de lluvia, prácticas que caen, cada vez más, bajo la esfera jurídica-criminológica y propietarista del capital.[3]

Tanto Bellamy Foster como Linebaugh coinciden en sindicar aquella intervención de Marx en los debates de la Dieta Renana como inaugurales de un desplazamiento que llevará al joven filósofo a profundizar en sus estudios de la economía política de su periodo, para entender la estructura profunda de las relaciones burguesas de producción, apropiación y expropiación junto a sus fundamentos teóricos, jurídicos y criminológicos. El mismo Marx, años después, en el famoso Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política (1859), reconocerá estos primeros textos como cruciales en su giro hacia la consideración de los aspectos económico-jurídicos que definen la reproducción material de la sociedad. Si, por un lado, la inteligente lectura de Bellamy Foster repara en esto, es porque gracias a la problematización marxista de la noción de propiedad y de las relaciones de apropiación, se puede ahora pensar en las consecuencias del capitalismo actual relativas a la devastación de la naturaleza, evitando caer en nociones substantivas y místicas, gracias a la posibilidad de evaluar las relaciones histórico-concretas de apropiación y de producción, que son las que explican de manera más satisfactoria los fenómenos derivados de la crisis del metabolismo clásico entre la actividad productiva humana y su entorno. Por otro lado, y en un sentido complementario, Linebaugh recurre a este momento central en el pensamiento marxista para cuestionar las ciencias sociales y jurídicas, en especial la criminología, pues estas han sido instrumentos serviciales a la lógica de apropiación capitalista, definiendo desde sus presupuestos el alcance y la naturaleza del crimen asociado con el libre uso de los recursos naturales. Linebaugh no solo nos muestra la apropiación capitalista como un “crimen” astutamente legitimado por estos saberes instrumentales, sino que también rehabilita las formas colectivas e improductivas de apropiación, aquellas que se resisten a la lógica individualista del capital, poniendo en cuestión, de paso, los usos normativos de la noción del lumpen-proletariado que sigue estando presente en una serie de discursos moralistas (desarrollistas) contemporáneos, interesados en deslegitimar formas de vida común marginales o resistentes a la lógica progresiva e hiperproductiva del capital. En este sentido, Linebaugh apela, en una línea clara de parentesco con la economía moral de la multitud de E. P. Thompson, a formas de lo común que no se inscriben en el formato determinado por la actual división del trabajo, y que no solo subsisten como reservas infinitas de mano de obra para la demanda global, sino que desarrollan prácticas de empoderamiento colectivas que resisten la ley del valor capitalista.

Gracias a todo esto, también se hace claro el vínculo entre el avance de los procesos de acumulación, explotación y expropiación capitalista y la permanente criminalización de las formas comunes de resistencia, basadas en lógicas no individuales de la propiedad y en usos colectivos y no necesariamente productivos. Si Brecht ya había enunciado la misma sospecha, al preguntarse por la relación entre el crimen de fundar un banco y el de robarlo, hoy, según la interrogación de Linebaugh, nos encontramos frente a un avance sostenido de estos procesos de criminalización que tienen como objetivo ya no solo la privación y privatización del libre uso de los bienes, sino a las mismas expresiones sociales de resistencia. En efecto, el neoliberalismo es la última instancia, hasta hoy, de desmontaje y criminalización del común, a partir de su privatización o criminalización permanente.

Traigo a colación a ambos autores porque me interesa mostrar cómo, en los tempranos escritos de Marx, existe una cierta complementariedad entre la crítica del derecho burgués y la crítica del capitalismo que va mucho más allá de la simple determinación del derecho como forma de ideología dominante. Sería gracias a esta situación relativa al robo de leña que Marx comienza a problematizar la misma cuestión de la propiedad, la que vuelve a expresarse en sus diferencias con La filosofía de la miseria de Pierre Joseph Proudhon, diferencias que motivan, a su vez, ese famoso texto polémico titulado La miseria de la filosofía, escrito por Marx en 1847. La cuestión de fondo, para ir rápido al punto que nos concierne, es que Marx considera que la formulación generalizante de Proudhon no logra captar la singularidad histórica del capitalismo, en la medida en que tiende a operar con categorías pre-críticas, homogéneas o des-historizadas. El caso paradigmático está dado, precisamente, por aquella declaración de Proudhon que considera la propiedad, toda la propiedad o la propiedad en general, como un robo, precisamente porque dicha sentencia, que rememora el carácter hipotético de la imaginación contractualista clásica (Rousseau ya había postulado a la propiedad privada como el origen efectivo de la desigualdad entre los hombres, años antes), no logra captar la especificidad de las relaciones burguesas de apropiación.

En efecto, frente a la frase “la propiedad es un robo”, Marx, quien había observado el complejo entramado de la criminalización del robo de madera años antes, se resiste a tal generalización y apunta, mediante un proceso de historización radical, a pensar en la singularidad no solo de las formas de la propiedad moderna, en oposición a formas anteriores o pre-capitalistas, sino también en las relaciones sociales y jurídicas de apropiación y expropiación; es decir, para Marx el problema no es la propiedad en general sino las relaciones sociales de apropiación y expropiación que fundamentan la noción moderna, burguesa, de propiedad privada, la que a su vez, no se remite única y exclusivamente a la dimensión jurídica y económica, sino que determina al ser social del hombre en términos productivistas y propietaristas. En otras palabras, la crítica de las relaciones de apropiación y expropiación devela no solo los límites jurídicos sino también el presupuesto onto-antropológico en el que se funda el modo de producción capitalista. La crítica de las relaciones de apropiación burguesas es, entonces, una crítica de la antropología productivista y de su delicado equilibrio metabólico, siempre que Marx entiende que tal equilibrio será roto, tarde o temprano, dadas las mismas disposiciones que regulan los procesos de acumulación.

Para los estudiosos marxistas, este tipo de desplazamientos desde las categorías pre-críticas de las ciencias humanas y sociales de su tiempo hacia nociones histórico-concretas debería resultar habitual, pues constituye el procedimiento distintivo de la analítica implementada por él, no solo a la sociedad capitalista de su tiempo, sino también a los discursos de “naturalización” producidos por dicha sociedad. Es decir, la llamada “crítica de la economía política” no es, principalmente, una restitución o corrección de la economía, no constituye un discurso ni económico ni disciplinario, sino que funciona como una destrucción de dicho discurso, mediante una historización permanente de sus categorías de análisis. Y esto es central para evitar tantas lecturas erróneas que insisten en inscribir la analítica marxista en dominios disciplinarios universitarios, remitiéndola a la lógica de la prueba y la refutación con la que burdamente los saberes modernos se arrogan importancia y autoridad.

A su vez, el momento de mayor auto-explicitación de este procedimiento de historización lo encontraremos en el famoso apartado titulado El método de la economía política, generalmente publicado con los Grundrisse de 1858-59. Allí, la historización constante implica una serie de precisiones que van desde la diferencia entre el concepto tradicional y el concepto marxista de ideología, la formación del concepto “modo de producción”, las críticas a nociones generales como riqueza o población, hasta las diferenciaciones específicas, pero llenas de consecuencias, entre “bienes” y mercancía, riqueza y ganancia, trabajo y fuerza de trabajo, precio y valor, incluyendo la misma crítica de los presupuestos historicistas que determinan el capitalismo como el desenlace lógico de la historia y que perpetúan una imagen inmóvil y fetichizada de la naturaleza. En el fondo, mediante una crítica de las generalizaciones inherentes a las categorías pre-críticas de los discursos de su tiempo, Marx propone a una serie de nociones capaces de captar el complejo conjunto de variables histórico-concretas que mueven lo real, sin someterlo a esquemas evolutivos apriorísticos. Aun cuando no tengo interés en identificar este proceso de historización con el llamado materialismo histórico y/o el materialismo dialéctico[4], lo que me parece relevante de esta historización es la forma en que ella hace posible un análisis, en cada caso, no sobre la imagen invertida o ideal de los procesos sociales, sino sobre los procesos sociales mismos y su respectiva producción de imágenes.

He traído a colación este procedimiento de historización analítica porque es el que alimenta los desarrollos actuales del discurso eco-marxista, el que debe confrontar hoy múltiples generalizaciones e imprecisiones equivalentes a aquellas que Marx enfrentó en la economía política clásica.[5] La relevancia de esto radica en que nos permite no solo acceder al innegable problema ecológico contemporáneo, sino hacerlo más allá de las generalizaciones que abundan en los discursos humanistas sobre la destrucción del medio ambiente, el conservacionismo homogéneo e incluso las prácticas hipernormativas relacionas con el cuidado de sí, las dietéticas y estéticas de un nuevo hombre de consumo sofisticado o «sustentable», que se juntan, en el imaginario progresista contemporáneo, con las demandas identitarias y comunales de un “buen vivir” distintivo de culturas no occidentales, que estaría incontaminado por la Modernidad, el capitalismo y la colonización, y por tanto, cohabitaría en el pluriverso epistemológico actual como una alternativa efectiva al capitalismo en la medida en que conserva el secreto de una forma de vida natural, reponiendo con tales aspiraciones un cierto  logocentrismo sustituto de clara filiación rousseauniana. No se trata, por supuesto, de negar la relevancia histórica de las luchas anticoloniales, ni mucho menos restarles estatus epistemológico a los saberes “nativos” o no occidentales, sino de mostrar que sus condiciones de posibilidad vienen dadas, en cuanto discursos y alternativas, por un entramado material que sigue rigiendo la orientación general de los procesos históricos en la actualidad; entramado desde el cual, como prueba el progresismo político latinoamericano reciente, es muy difícil substraerse.

Hoy más que nunca, gracias a la flexibilidad del mismo proceso de acumulación, esto es, a su capacidad de combinar, sin problemas, procesos de extracción absoluta y relativa de plusvalía, y de organizarse en términos de subsunción formal y real del trabajo al capital, además de la expansión e intensificación de los procesos de expropiación que complementan a los de explotación y expoliación, resulta una “robinsonada” desconocer la compleja dependencia de los modos de vida comunitarios respecto a la división internacional del trabajo y sus demandas de bienes, recursos naturales y/o mano de obra barata. Esto no solo marcaría el límite de los discursos naturalistas que confunden riqueza y capital, olvidando la génesis histórica del valor, sino también de los discursos decolonialistas y progresistas que no atienden a la composición orgánica del capital ni a la estructura de la renta en la actualidad. A la vez, historizar las categorías de análisis nos permite entender el fenómeno de la pandemia según una serie de procesos relativos al cambio en el patrón de acumulación derivado de la desregulación y neoliberalización de la economía, desde las últimas décadas del siglo XX.

De ahí, entonces, que presentar la pandemia como un evento inesperado o imponderable es solo el fruto de una ignorancia mayor o de una mala voluntad política. Es decir, tenemos que ser capaces de entender la complejidad de los procesos de expropiación y de acumulación del capitalismo contemporáneo no solo a nivel de las consecuencias relativas a la diseminación del virus y las respectivas fallas en la infra-estructura y en los recursos para producir efectos paliativos, sino también en relación con su misma aparición. Es esto, precisamente, lo que caracteriza la condición capitalista del virus, el hecho de constituir una forma inesperada de plusvalía «negativa», que, sin embargo, puede ser perfectamente re-capitalizada. Nociones tales como capitalismo del desastre y narco-acumulación, no hacen sino mostrar cómo la lógica flexible o axiomática del capitalismo actual, alejado de la representación monumental del capitalismo decimonónico, permite convertir acontecimientos negativos (desastres naturales, crisis financieras, crimen organizado, etc.) en oportunidades de emprendimiento que siguen e intensifican la misma extracción de plusvalía.[6] En este sentido, el COVID-19 es tanto un plusvalor inesperado, o efecto involuntario pero determinado por la misma lógica de acumulación, explotación y expropiación del capitalismo contemporáneo, como una instancia apropiada para reiniciar procesos de acumulación a partir de sus mismos efectos. Suponer entonces que estamos ante un accidente imponderable es no entender (o pretender no entender) las consecuencias de la desregulación económica, jurídica y financiera relacionada con la emergencia del neoliberalismo y con la conversión del clásico horizonte industrial en el actual horizonte financiero-especulativo regulado por los complejos militar-bancario-corporativo-mediático que mueven al mundo más allá de la clásica contención soberana del Estado nacional.

 

 

Zoonosis y derrame

 

En efecto, el llamado COVID-19, cuyos primeros casos se registraron en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei, China, corresponde a la enfermedad respiratoria causada por el coronavirus SARS-CoV-2, el segundo síndrome respiratorio severo desde el año 2002, año en que se registró el primero de estos SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome) en China, y una de las múltiples enfermedades agrupadas bajo la categoría de enfermedades zoonóticas, es decir, derivadas del contacto inusual entre humanos y animales.[7] Entre estas enfermedades zoonóticas hay que distinguir, a su vez, las comunes (rabia, lombrices, salmonelosis, etc.) de las nuevas (entre las que están los SARS), pues en los últimos años ha habido un crecimiento exponencial de este tipo de síndromes derivado de la expansión de los procesos de acumulación relacionados con la agro-industria y la acuicultura masiva, intensificando el contacto entre humanos y animales salvajes y alterando el circuito urbano-rural de manera dramática.[8] De hecho, se estima que más del 60% de los nuevos agentes patógenos que afectan a los humanos provienen del contacto, directo o indirecto, con animales salvajes en comunidades rurales o marginalizadas, mono-productivas y extractivas.[9] Y esta co-implicación de pobreza, marginación y enfermedad no es, en absoluto, una casualidad, sino un síntoma que expresa la intensificación de las prácticas productivas y extractivas de la economía contemporánea.

En tal caso, lejos de concebir el COVID-19 como un accidente natural imprevisible, habría que pensarlo como resultado de una serie de procesos relativos a la acumulación flexible del capitalismo contemporáneo, procesos que van desde el desmontaje del Estado nacional y sus infra-estructuras no productivas (hospitales, bibliotecas, parques, etc.), mediante su privatización y tercerización, hasta la creciente incorporación de espacios y territorios selváticos, alejados de las ciudades y del contacto humano, a las prácticas de la agro-industria, de la minería y del animal-farming, desbaratando el metabolismo burgués clásico (relación entre producción y recursos naturales) relativo a la destrucción-productiva capitalista y empujando los niveles de expropiación y acumulación hacia umbrales de devastación. En otras palabras, necesitamos inscribir el análisis de la pandemia en el contexto de una crítica de la economía política contemporánea, es decir, inscribirla en los procesos de hiperexplotación del trabajo y de los recursos naturales, o, si se prefiere, habría que pensar la pandemia y lo que esta desoculta desde lo que sería una nueva teoría de los procesos de valoración del capitalismo neoliberal.

Es esto lo que las investigaciones en la industria alimenticia, antropología biológica, demografía económica, y muchas otras, nos señalan cuando apuntan a las consecuencias del animal-farming[10], a las transformaciones de la agro-industria[11] y la multiplicación de cultivos acuícolas convertidos en verdaderas plantaciones acuáticas[12]; pero también cuando analizamos las tendencias generales de la industria alimenticia contemporánea, la creciente demanda de especies llevadas hasta el umbral de extinción, el desarrollo paralelo de la industria química relativa al procesamiento y conservación de alimentos, la explotación de especies exóticas o protegidas, junto a los procesos generales de desregulación de la economía que, por un lado, hacen que las instancias de control de “calidad” carezcan de verdaderos criterios y procedimientos de control, mientras que, por otro lado, favorezcan la práctica de diversificación de la inversión de grandes conglomerados que, en busca de ventajas comparativas, realizan inversiones de capital en países y comunidades económicamente débiles (off-shoring), produciendo procesos flexibles de sub-proletarización y expropiación de tierras y recursos naturales.[13]

Todas estas prácticas, potenciadas por la desregulación general de la economía, generan, como consecuencia no anticipada, la emergencia y diseminación de enfermedades zoonóticas (Zoonotic Diseases), cuyas consecuencias recién comenzamos a ponderar. Wallace et al., lo dicen así:

Si nos refiriéramos solo a su expansión global, los bienes agrícolas sirven como propulsores y como nexos a través de los cuales los patógenos de origen diverso migran desde las localidades más remotas a los centros internacionales más poblados. Es aquí, y en este sentido, como nuevos agentes patógenos se infiltran en comunidades agrícolas cerradas. Mientras más larga es la cadena de abastecimiento y más amplia es la correlativa deforestación, más diversos (y exóticos) son los agentes patógenos que ingresan en la cadena alimenticia. Entre los recientes agentes patógenos que emergen o re-emergen relacionados con las granjas animales o con la industria alimenticia, originados en el dominio antropogénico, están la swine fever africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Ebola Reston, E. coli O157:H7, Hepatitis E, Listeria, Nipah virus, Q fever, Salmonella, Vibrio, Yersinia, y una variedad de nuevas variantes de la gripe, incluyendo H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9, y H9N2.[14]

Además, habría que considerar que del total de enfermedades zoonóticas hoy en día, más del 60% son nuevas y están relacionadas con esta intensificación desregulada de la expropiación, explotación y expoliación capitalista relativa a la agro-industria, el animal-farming y las plantaciones acuáticas. A esta cifra, que parece ir en un crecimiento sostenido debido a la persistencia de las prácticas que las producen, en primer lugar, y que las difuminan, en segundo lugar, se suman diversos procesos de precarización asociados con la desregulación neoliberal de la economía y con la expropiación de derechos sociales para amplios sectores poblacionales, condenados a convertirse en poblaciones desechables, migrantes forzados o víctimas de prácticas de sub-proletarización e hiperexplotación. Junto a esto, desde el punto de vista biológico, estos procesos de producción intensiva, de acortamiento de los ciclos vitales y reproductivos de diversas especies para acelerar su comercialización (pollos, peces y cerdos), junto a los fenómenos de inestabilidad derivada del cambio climático, favorecen y estimulan procesos migratorios virales en busca de nuevos anfitriones con ciclos de vida más largos, es decir, también producen una mutación acelerada de los virus, convirtiéndolos en agentes patógenos cada vez más peligrosos.[15] Las respuestas neoliberales más frecuentes pasan por apostar a dos alternativas en sí mismas ineficientes: por un lado, a la industria farmacéutica y al complejo medico-industrial, que en una espiral de privatización y corporativización, se orienta a la acumulación desvergonzada y a la especulación con los precios de los medicamentos, en un mundo donde las regulaciones son prácticamente inexistentes (siendo Estados Unidos unos de los casos más lamentables). Por otro lado, a la secreta creencia en la llamada inmunidad de especie o inmunidad grupal, cuyo fundamento neo-darwinista es fácilmente visible.[16]

Para entender la naturaleza de la pandemia es necesario entender entonces la condición flexible de la acumulación y la expropiación en el contexto desregulado del neoliberalismo, mientras que también es necesario entender el neoliberalismo como una mutación histórica del modo de producción capitalista que termina por deshacer su organización molar o monumental en una serie de redes diversificadas inscritas en el proceso de valoración. No deja de ser sintomático que Derrames sea el título en español elegido para la compilación, en dos pequeños volúmenes, de las clases de Gilles Deleuze, en el contexto en que este, junto a Félix Guattari, escribían los famosos libros El Anti-Edipo y Mil mesetas.[17] En estas clases se aprecia, de manera notoria, la serie de elaboraciones que llevaron a la publicación de los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia, cuestión que, más allá del escándalo editorial, constituye una de las primeras elaboraciones atentas a la transformación del capitalismo gracias a los procesos de desregulación que comenzaban a implementarse en la sociedad europea de ese entonces y, por supuesto, en Estados Unidos. El punto de partida de este análisis era la naturaleza radical del proceso de transformación del modo de producción capitalista, que parecía reemplazar los regímenes disciplinarios y de codificación, por una nueva lógica axiomática, descentralizada y desterritorializada. Esa desterritorialización estaba programada, pero no calculada, por la nueva lógica del capital, lo que permitía hablar ahora más allá del modo de producción como sistema, monumental y universal, de una serie de derrames capitalistas, que desbordaban la misma relación entre capital y trabajo; derrames coordinados laxamente por una ley del valor flexible, la que se adaptaba sin mayores problemas a las diversas formaciones económico-sociales y sistemas políticos existentes en el planeta. En pocas palabras, la lógica axiomática de los derrames había logrado globalizar el sistema capitalista, como el mismo Marx anticipaba en su época, pero no mediante una subsunción homogénea del trabajo al capital, según el modelo clásico, sino mediante la combinatoria de diversos mecanismos de expropiación, explotación, expoliación, acumulación y valoración.

Es en este sentido que la proliferación del virus y su configuración pandémica está ya inscrita en la misma lógica de los derrames capitalistas, pues esta figura utilizada tempranamente por Deleuze, nos permite pensar la misma desregulación precipitada por la instauración del neoliberalismo y sus políticas monetaristas, anti-estatistas, librecambistas, financieras, anti-impositivas y especulativas.

 

 

Normalidad y normalización

 

Sería una ilusión, sin embargo, pensar que esta lógica axiomática anuncia una novedad en el modo de producción capitalista, como si el capitalismo histórico hubiese sido una forma de vida definida por la democracia y el progreso, cuyas crisis fueron siempre de crecimiento y cuya capacidad de superación asegurara un futuro relativamente alcanzable. Lo que el neoliberalismo y sus procesos de desregulación produjeron, más bien, fue un agotamiento radical de esa imagen ideológica del capitalismo, mostrando su supuesta normalidad como un proceso de normalización, disciplinario y represivo, permanente. En efecto, el neoliberalismo termina por desechar la narrativa básica de la modernidad capitalista que consistió, en los siglos XVIII y XIX, y más notoriamente aún durante la Guerra Fría, en defender la relación «natural» entre capitalismo y democracia, organizando la historicidad de las sociedades según este relato providencial. La desregulación neoliberal muestra, de manera radical y cínica, que el capitalismo no solo ha convivido y ha dependido de la esclavitud, del colonialismo, de las guerras y de la explotación de la mano de obra, sino que lo ha hecho y lo sigue haciendo sin necesidad de suturar la brutalidad de sus procesos mediante la producción de una imagen de redención o de salvación para tanto sufrimiento. Business are business, equivale entonces a decir que el predominio de la racionalidad utilitaria del homo economicus neoliberal constituye el vínculo social definitorio de la sociedad contemporánea, sin regulación y sin contrapesos. Sin embargo, la misma flexibilidad de la acumulación contemporánea no debería inducirnos a pensar que habitamos un mundo post-normativo de libertades sin límites, pues la libertad neoliberal es, quizá, la forma de normalización más acabada que hayamos experimentado históricamente, en cuanto sanciona toda resistencia como “ilógica”, “retrograda” e “irracional”, inscribiendo sus criterios en un sentido común epocal.

Gracias a este predominio sin contrapesos, sin contención, de la racionalidad utilitaria y de la flexibilidad de los procesos de acumulación, el precario equilibrio al que referíamos bajo la figura del metabolismo entre producción y recursos naturales, metabolismo que estaba organizado en términos de la llamada destrucción productiva capitalista (la que destruía recursos naturales para la producción de mercancías), ha llegado a un umbral de extinción en el  que, no habiendo nuevos territorios que conquistar, comienza a devastar los recursos más allá del equilibrio antes señalado. Esta alteración del metabolismo implica entonces que las prácticas económicas neoliberales, derramadas sobre el planeta, ya no se sosiegan ni se limitan con algún tipo de contención, y en su misma intensificación están produciendo un agotamiento del umbral de sustentabilidad de la vida para múltiples especies y recursos. Desde la axiomática capitalista, ese agotamiento se enfrenta mediante el reemplazo de los recursos agotados por otros recursos nuevos, que pronto correrán la misma suerte, lo que nos lleva a una situación mucho más compleja que la brutal explotación capitalista clásica. De ahí, por ejemplo, que en los actuales debates sobre las consecuencias del régimen de producción capitalista, algunos prefieran hablar de capitaloceno, más que de antropoceno, para explicar esta intensificación de la devastación planetaria por parte del sistema capitalista.[18]

En este contexto, interesa mostrar la co-emergencia y la copertenencia de las enfermedades zoonóticas, los procesos de hiperexplotación de recursos naturales, el animal farming y las plantaciones acuáticas, los procesos integrales de deforestación y apropiación de territorios y “recursos naturales» (aguas subterráneas, por ejemplo), la maquilación de la economía del off-shoring (el caso Juárez es ejemplar al respecto), los femicidios y la pauperización general de la población vinculada a la economía mediante la demanda de mano de obra no cualificada, sometida a regímenes de trabajo intensivo y extendido; a lo que habría que sumar los procesos de acumulación derivados de la guerra y del crimen, asociados con la oferta de seguridad, con los conglomerados militares y con las corporaciones de seguridad (mercenarios) que se benefician (profitan) de los conflictos bélicos, más allá de sus consecuencias para la población en general, la que, afectada en sus mismas condiciones de existencia, abastece el ciclo de las migraciones forzadas en la actualidad.

Es decir, a la ruptura del metabolismo clásico, hay que agregar la intensificación de la explotación del trabajo, la masificación de los procesos de expropiación territorial y analizar la composición variable del capital, que combina hábilmente formas de plusvalía absoluta y relativa, intensificación tecnológica de la producción y formas de explotación del trabajo propias de la llamada acumulación primitiva u originaria del capital.[19] En este sentido, nociones tales como acumulación por desposesión, maldesarrollo y neo-extractivismo[20] responden, precisamente, a esta lógica en que la acumulación primitiva lejos de constituir una instancia originaria y superada al interior del modo de producción capitalista, se muestra como una forma de acumulación permanente, inscrita en el horizonte de sus posibilidades. Todo esto nos indica dos cosas fundamentales, primero, nunca hubo algo así como una normalidad capitalista que no estuviese constituida por la combinatoria de diversos patrones de acumulación, explotación y expropiación. Segundo, que el derrame neoliberal produce un agotamiento final de la imagen normal del capitalismo mostrándolo como un proceso permanente de represión, devastación y normalización. Esto equivale a sostener que las guerras, la miseria, la precarización de la vida, los femicidios, las dictaduras, etc., no son ni accidentes ni interrupciones del modo de producción capitalista, el que tendería al progreso y la democracia, sino que son mecanismos inherentes a sus dinámicas flexibles de acumulación y expropiación.

Sin embargo, lo que estamos viviendo en estos últimos años se debe también a la intensificación de esas dinámicas de acumulación y expropiación, las que están atravesando el umbral de sustentabilidad y desbaratando el precario equilibrio metabólico moderno, llevándonos a un horizonte de devastación generalizada de las diversas formas de vida que habitan el planeta. Una de las consecuencias más delicadas de esta devastación es la transformación radical del carácter de las luchas políticas contemporáneas, las que no pueden ser remitidas a las agendas reivindicativas, identitarias y emancipatorias clásicas, ni reducidas a una reorganización, simbólica o real, de la distribución de la riqueza. Hoy estamos presenciando la emergencia de luchas existenciales que no apuntan a una agenda económica o reformista clásica, sino a la posibilidad de la sobrevivencia en un mundo estructurado por una onto-antropología especista, heteronormativa, patriarcal, capacitista y productivista cuyas consecuencias son devastadoras. Pero esta sobrevivencia ya no puede ser pensada ni romantizada como una vida marginal o refractaria con respecto al sistema capitalista, pues el mismo sistema capitalista, en su condición ubicua y derramada, ocupa el espacio total de la existencia, obligándonos a restituir, mediante la afirmación de la vida, un conflicto sin sutura con la lógica del capital.

La condición existencial de las revueltas, entonces, nada tiene que ver con las concepciones modernas del conflicto social, pues impone sobre la serie de especificaciones y determinaciones de estos conflictos una simplificación paradójica. Atendidas en la singularidad de su historicidad, cada una de estas luchas resiste la traducción equivalencial que define a la lógica hegemónica de la política moderna, en términos de bloques, partidos o conglomerados; sin embargo, si por un lado son inarticulables en una cadena equivalencial o hegemónica, por otro lado, comparecen juntas a una misma dinámica definida por la devastación capitalista. De esto se siguen tres problemas relacionados:

 

  1. a) Por un lado, tal vez nunca las revueltas fueron o debieron ser pensadas desde un referente universal, pues expresaban una lógica contra-moderna, entendiendo por tal, una lógica que se substraía tanto de la vinculación onto-política de teoría y práctica universalmente formulada, como de una cierta organización principial y estratégica de la acción. De ahí se siguen las dificultades en la teoría del cambio social e, incluso, en el marxismo, para pensar la emergencia de rebeliones sociales que parecían contradecir los criterios de una política racionalmente fundada, desde las revueltas campesinas hasta las luchas estudiantiles.[21]

 

  1. b) Por otro lado, y más allá de la floja oposición entre revolución y revuelta (y atendiendo a la monumentalización de la misma revolución, que no es sino una revuelta revestida con el carácter mítico de un “origen” o nuevo comienzo), habría que pensar en las condiciones de emergencia de una serie de procesos de insubordinación social que ya no pueden ser comprendidos de acuerdo con la lógica nómico-partisana del conflicto central moderno, relativo a las batallas por la liberación nacional o socio-económica. Conflictos que expresan una rebelión casi somática con la intensificación de los procesos policiales de gubernamentalización de la vida, intensificados, precisamente, gracias a la instauración de las políticas neoliberales.[22]

 

  1. c) Y esto nos lleva al tercer problema, la necesidad de atisbar una noción de lo común, para recordar nuestra temprana referencia a Peter Linebaugh, que atendiendo a la correlación entre derecho y propiedad, o si se prefiere, a la co-implicancia entre apropiación y criminalización, nos permita pensar la cuestión de lo colectivo y del “uso común de los bienes” sin restituir una noción de comunidad basada en la lógica identitaria y, finalmente, inmunitaria propia del comunitarismo convencional. Se trata, en otras palabras, de un pensamiento de la revuelta y del común más allá de la onto-política, abierto a las formas y prácticas profanas que constituyen la historia, que son la historia, una vez que esta ha sido “liberada” de los esquemas archeo-teleológicos e identitarios propios de la filosofía de la historia del capital. Se trata, en efecto, de un pensamiento de la sociación y del ser singular-plural abierto a la posibilidad de un comunismo sucio y mundano.[23]

 

Históricamente es fácil percibir cómo las transformaciones precipitadas por el neoliberalismo han sido acompañadas por  una serie de revueltas existenciales cuyo arco histórico se abre con el famoso Mayo del 68 y con la huelga estudiantil del mismo año en México, asociada con la brutal matanza de los estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, hasta llegar a las actuales manifestaciones contra el neoliberalismo en Chile, Colombia, Haití, contra la violencia patriarcal en México o contra la violencia policial en los Estados Unidos. El pensamiento contemporáneo ha captado la singularidad de estos eventos pero, más allá de las tempranas consideraciones de Deleuze y Foucault sobre el 68, o del mismo Foucault sobre las revueltas iraníes del 79, hasta llegar a la recuperación de la monografía de Furio Jesi sobre la rebelión Espartaquista en Alemania, la cuestión del desacuerdo y la irrupción demótica en Rancière, o los debates que rodean la misma rebelión estudiantil del 68 en México, y más allá de su mitificación oficial, todavía necesitamos una cierta formalización de estas preguntas para estar a la altura de las formas inverosímiles y enrevesadas de las revueltas contemporáneas.

Es por todo esto que, me atrevo a sugerir, lo que define a las protestas contemporáneas es su carácter existencial, pues ya no responden necesariamente a una agenda partidaria o a un programa ideológico preestablecido. Se trata de manifestaciones cuyo denominador común no está dado solo ni principalmente por reivindicaciones económicas o identitarias, sino por la afirmación de la existencia, en un mundo estructurado por procesos de acumulación y expropiación que terminan por precarizar radicalmente dicha existencia, hasta convertirla en vida sacrificable. En efecto, la lógica de la desregulación neoliberal opera precarizando la vida y luego normalizando dicha precariedad a partir del uso de mecanismos policiales de contención de toda forma de resistencia; mecanismos implementados por una policía que, lejos de su adscripción ideológica moderna, se mueve ahora de acuerdo con criterios autoimpuestos de eficacia y productividad, definiendo su relación con la sociedad según los protocolos de seguridad y control, en una nueva forma de guerra urbana, siempre que la desregulación neoliberal también ha operado en los aparatos represivos de Estado, marcando sus agendas ya no necesariamente según criterios ideológicos clásicos, sino según criterios de seguridad y de rentabilidad entregados por el complejo industrial-miliar-carcelario contemporáneo y sus insaciables demandas. Es esto lo que permite comprender la copertenencia al mismo horizonte histórico de, por un lado, el complejo jurídico-carcelario y el crecimiento de la reclusión penal, y, por otro lado, la sofisticación de las tecnologías de vigilancia, las que favorecen prácticas de control que incluso llegan a la excarcelación controlada por dispositivos tecnológicos que expanden el espacio carcelario al seno de la sociedad, sometiendo a la población en general a las prerrogativas de una vigilancia plena, justificada en la misma constatación de una amenaza eterna (como la conculcación de las libertades civiles después del 2001 en Estados Unidos y la conversión del estado de excepción en forma permanente de gobierno).

Por otro lado, no olvidemos que la artimaña neoliberal por excelencia fue la de reducir el problema de la libertad a una cuestión de mercado. De ahí entonces que, desde el carácter existencial de las revueltas, la libertad vuelva a ser fundamental, pero no solo en oposición a la libertad económica, sino en oposición a toda la tecnología gubernamental de la biopolítica contemporánea y sus operaciones de control, seguridad, administración, habilitación, productivización y optimización del viviente.

No olvidemos tampoco que más allá de las apuestas de la biopolítica afirmativa, la que todavía depende fuertemente de una antropología productivista de la multitud y del trabajo vivo, necesitamos pensar las revueltas en su afirmación de la existencia y su libertad, contra el neoliberalismo y sus lógicas sacrificiales, precisamente porque la revuelta establece una relación al tiempo en el nudo de su inminencia, y nunca desde la demanda política convencional.

El caso de las recientes revueltas estadounidenses parece ser relevante porque en ellas se expresa una doble negación. Por un lado, ellas muestran la perseverancia estructural de un racismo cuyo origen es constitutivo (y no derivado) de los mismos procesos de acumulación que permitieron el desarrollo de la economía norteamericana. Por otro lado, esta racismo histórico y estructural, que no debe ser desconsiderado a la hora de pensar en los procesos de explotación y expropiación del capitalismo, se ve ahora complementado con un racismo securitario, el mismo que fundamenta las políticas publicas, la criminología oficial, el sistema carcelario y judicial, y exacerba el racismo estructural de la institución policial. Sin embargo, reducir las revueltas actuales a una reivindicación identitaria o sectorial, relativa única y exclusivamente a la población negra, es inscribirlas en las lógicas del reparto policial que definen a la democracia neoliberal contemporánea. Sería equivalente a reducir las revueltas feministas de los últimos años a una demanda política de las mujeres y para las mujeres. Sin obliterar las singularidades de estas revueltas, ni intentar elaborar una teoría general de la revuelta (toda revuelta es, en principio, una revuelta contra la Teoría), habría que mostrar cómo en ellas se juega algo mucho más relevante que una reivindicación puntual (sin descontar la legitimidad de dichas reivindicaciones), se juega un cuestionamiento radical de la lógica de la devastación que la desregulación neoliberal ha impuesto en el planeta, la misma que facilita la migración de organismos patógenos al cuerpo humano y el incremento de enfermedades zoonóticas, el cambio climático y el agotamiento de recurso naturales, la precarización de la vida y las migraciones forzadas, y, por supuesto, la metamorfosis del racismo en el contexto de una normalización securitaria cuyo objetivo no es el bienestar humano, mucho menos el equilibrio metabólico con la naturaleza, sino la protección de los procesos de acumulación y su reproducción al infinito.

La larga historia de injusticias, explotación y discriminación a la que ha sido sometida la población negra norteamericana no debe borrar su igualmente larga y compleja historia de formas de resistencia. Sin embargo, tampoco debemos renunciar a interrogar el carácter singular de las actuales revueltas sociales en el contexto, inédito hasta ahora, de la devastación capitalista, no porque las revueltas actuales sean una negación de las revueltas históricas, sino porque son su intensificación, en la medida en que, lejos de poder ser resueltas por una simple maniobra política, son revueltas existenciales que ponen en juego la racionalidad última del capitalismo. Es en este contexto que la infrapolítica, concernida con la posibilidad de la existencia y de la libertad, antes o a pesar de la demanda política convencional, de la identificación, de la subjetivación militante, parece posibilitar una reflexión sobre la revuelta cuya topología an-árquica se muestra más allá de los diferentes principios o archés que han organizado la historia política y la historia del pensamiento político occidental. Más allá de la inmanencia de la revuelta, la infrapolítica habita su inminencia, es decir, la virtualidad o posibilidad que se esconde en un mundo cada vez más imposible.

Las mismas revueltas, como prácticas de insubordinación de los cuerpos que se deciden a experimentar una forma de ser en común, ocupando la ciudad vigilada, no solo develan el rol normalizador y securitario de la policía contemporánea, desocultando con esto su más burdo carácter instrumental para la reproducción infinita del capital, sino que suspenden toda lógica principial de autorización, haciendo imposible pensar a la infrapolítica como una teoría de la revuelta. Esto, por supuesto, es muy delicado, pues presentar a la infrapolítica como una teoría adecuada a momentos como estos es no haber comprendido en absoluto la insinuación infrapolítica, la que consiste, más allá de toda determinación teórica de lo real, de todo saber categorial o substantivo, en volver a pensar la relación entre existencia y libertad de modo radical. La radicalidad de este pensamiento, sin embargo, no tiene que ver con el radicalismo onto-político convencional, ese que acompañando las revueltas regenera en su interior tendencias policiales nuevas, pues habita en una dimensión intraducible a los cálculos y estrategias de la racionalidad política moderna.

La impotencia del pensamiento político contemporáneo consiste en no haber sido capaz de pensar la singularidad y la historicidad de las revueltas actuales, sin remitirlas a los esquemas de racionalidad y sus lógicas estratégicas. Pensar dicha historicidad es tanto entender las condiciones materiales en las que hoy se juega la lucha por la sobrevivencia y la libertad, como atender a la potencia destituyente que emana de la experiencia inminente de las revueltas.

 

 

Ypsilanti, junio 2020

 

 

 

[1] John Bellamy Foster, “Marx, Value, and Nature.” Monthly Review: An Independent Socialist Magazine, Vol. 70, No. 3: July-August 2018. Ver: https://doi.org/10.14452/MR-070-03-2018-07_6 Ver también, del mismo autor, Marx’s Ecology. Materialism and Nature. Nueva York: Monthly Review Press, 2000.

[2] Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, vol. 1. Nueva York: International Publisher, 1975., pp. 224-63.

[3] Peter Linebaugh, Stop, Thief! The Commons, Enclosures, and Resistance. Oakland, California: PM Press, 2004.

[4] En otro lado, no en este, habrá que determinar la relevancia de este materialismo no dialéctico, en relación con la adjudicación heideggeriana del materialismo de Marx al horizonte hegeliano. Véase Felipe Martínez Marzoa, La filosofía de “El Capital” de Marx. Madrid: Abada, 2018. La apuesta es grande porque contradice la recepción habitual del pensamiento de Marx, y apunta a la posibilidad de un materialismo no remitido a la noción hegeliana de trabajo como subjetivación del mundo. Una primera cuestión, sin embargo, viene dada por la necesidad de distinguir el rol de los conceptos o categorías pre-críticas y las nociones postuladas por Marx, como “para-conceptos”, “conceptos transitorios” o “defectivos” que interrumpen la circulación o la traductibilidad teórica convencional, ya que no funcionan de manera sintética ni configurativa, según el esquematismo ilustrado del entendimiento o de la razón (Kant-Hegel). Ver acá, Jacques Lezra, On the Nature of Marx’s Things. Translation as Necrophilology. Nueva York: Fordham University Press, 2018.

[5] El ya citado texto de Bellamy Foster “Marx, Value, and Nature” desarrolla una crítica similar de este tipo de generalidades presentes en el análisis de Jason Moore en su Capitalism in the Web of Life. Ecology and the Accumulation of Capital. Nueva York: Verso, 2015. Véase también de Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift. Capitalism’s War on Earth. Nueva York: Monthly Review Press, 2010. El debate sobre la relación entre naturaleza y valor, en efecto, exige distinguir entre riqueza y capital y comprender la génesis histórica de los procesos de valoración, más allá de los conceptos convencionales de riqueza y de naturaleza.

[6] Tomo la noción de capitalismo del desastre de Naomi Klein, The Shock Doctrine. The Rise of Disaster Capitalism. Nueva York: Picador, 2008. Así mismo, tomo la noción de capitalismo axiomático de Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia 2. Valencia: Pre-Textos, 2004. Y, finalmente, la noción de narco-acumulación de mi colega Gareth Williams, Infrapolitical Passages: Global Turmoil, Narco-Accumulation, and the Post-Sovereign State. Nueva York: Fordham University Press, 2020 (Forthcoming). Todos ellos coinciden en romper con la imagen monumental y estandarizada del modo de producción capitalista, para hacerse cargo de los permanentes giros y transiciones internas al proceso de acumulación.

[7] Véase la página oficial del World Health Organization: https://www.who.int/ith/diseases/sars/en/ Ver también, “Zoonosis Emergence Linked to Agricultural Intensification and Environmental Change”, VVAA.: Proceedings of the national Academy of Sciences of the United States: https://www.pnas.org/content/110/21/8399

[8] Ver de Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves and Rodrick Wallace, “COVID-19 and the Circuits of Capital”, Monthly Review: An Independent Socialist magazine. Mayo 1, 2020: https://monthlyreview.org/2020/05/01/covid-19-and-circuits-of-capital/#en44backlink. Agradezco a Juan Duchesne la referencia de este texto, que sirve como base para la argumentación que desarrollo en este apartado.

[9] Véase Wallace, et al., y “Zoonoses and Marginalised Infectious Diseases of Poverty: Where do We Stand?”, Molyneux et al. Parasites & Vectors 2011, 4: p. 106: http://www.parasitesandvectors.com/content/4/1/106.

[10] Véase de Mindi Schneider, “Wasting the Rural: Meat, Manure, and the Politics of Agro-Industrialization in Contemporary China”. Geoforum, Volume 78, January 2017, pp. 89-97: https://doi.org/10.1016/j.geoforum.2015.12.001. Además de los clásicos de Frances Moore Lappe, Diet for a Small Planet. Nueva York: Mass market, 1991, y Eric Schlosser, Fast Food Nation: The Dark Side of the All-American Meal. Nueva York: Houghton Mifflin Company, 2001.

[11] Para una visión geopolítica de la soya, Gustavo de L.T. Oliveira, “The geopolitics of Brazilian soybeans”. The Journal of Peasant Studies, 43:2, pp. 348-372: https://doi.org/10.1080/03066150.2014.992337. También de Mariano Turzi. “The Soybean Republic”, Yale Journal of International Affairs, Summer/Spring 2011, pp. 59-68: http://yalejournal.org/wp-content/uploads/2011/09/6.Articles_Turzi.pdf. Véase también el informativo texto de Jason Louv, Monsanto vs. the World: The Monsanto Protection Act, GMOs and Our Genetically Modified Future. Nueva York: Ultraculture Press, 2013. Y el documental de Sarah Ferguson, The Monsanto Papers, 2018.

[12] Ver de Renato A. Quiñones, Marcelo Fuentes, Rodrigo M. Montes, Doris Soto, Jorge León‐Muñoz, “Environmental Issues in Chilean Salmon Farming: A Review”, Reviews in Aquaculture (2019) 11, pp. 375-402, como ejemplo relativo a las plantaciones salmoneras en el Sur de Chile: https://doi.org/10.1111/raq.12337. Ver también, Adèle Mennerat, Mathias Stølen Ugelvik, Camilla Håkonsrud Jensen y Arne Skorping, “Invest More and Die Faster: The Life History of a Parasite on Intensive Farms”. Wiley Online Library, 2017: https://doi.org/10.1111/eva.12488. Para no mencionar los innumerables estudios sobre las consecuencias para la biodiversidad y para la alimentación balanceada derivadas del cultivo de la tilapia y el camarón.

[13] Lectores de literatura latinoamericana recordarán que esta es la dinámica económica central de El zorro de arriba y el zorro de abajo, la famosa novela de José María Arguedas (Editorial Universidad de Costa Rica, 1996), ubicada en la ciudad costera de Chimbote, Perú, a la que llegan capitales transnacionales para industrializar la pesca, desplazando la pesca artesanal y demandando mano de obra barata que comienza a llegar a la costa desde la sierra. El ya citado artículo de Wallace et. al “COVID-19 and the Circuits of Capital” elabora brillantemente este mismo ciclo a partir de la historia de Alicia Glen, quien trabajó para la oficina del Mayor de Nueva York encargada del proyecto de desarrollo habitacional, y que coordinó, tres años antes, las inversiones del conglomerado Golden Sachs, que en ese entonces se había apropiado de múltiples fondos estatales destinados a paliar la crisis de bienes raíces de ese momento; para limpiar esos dineros el conglomerado decidió diversificar sus inversiones con la compra de diez poultry farms (criaderos de pollos) en las provincias de Fujian y Hunan, esta última colindante con Hubei y cercana a la famosa ciudad de Wuhan. La ironía, por puesto, es que Glen está presente en los dos extremos de este circuito, como encargada del problema habitacional de la ciudad de Nueva York y como consejera en las inversiones de Golden Sachs, que muy cercanas a la región de origen del virus, representan la lógica integral de la inversión desregulada, lógica que se exacerba si consideramos que Nueva York es, por lejos, la ciudad más afectada en el mundo por esta pandemia. Ver también “Goldman Sachs Pays US$300m For Poultry Farms”, en: South China Mourning Post: https://www.scmp.com/article/647749/goldman-sachs-pays-us300m-poultry-farms, donde se describen las inversiones del Deutsche Bank, para dar una idea de las nuevos nichos de inversión del capital.

[14] Wallace, et al. “COVID-19 and The Circuits of Capital”.

[15] Robert G. Wallace, “Breeding Influenza: The Political Virology of Offshore Farming”. Volume41, Issue 5, noviembre 2009, pp. 916-951: https://doi.org/10.1111/j.1467-8330.2009.00702.x. Ver también Anneke Engering, Lenny Hogerwerf y Jan Slingenbergh, “Pathogen–Host–Environment Interplay and Disease Emergence”, Emerging Microbes and Infections (2013) ,p. 2.: https://doi.org/10.1038/emi.2013.5, y, Jay P. Graham, Jessica H. Leibler, et. al., “The Animal-Human Interface and Infectious Disease in Industrial Food Animal Production: Rethinking Biosecurity and Biocontainment”.  Public Health Reports / May–June 2008 / Volume 123, pp. 282-99: https://doi.org/10.1177/003335490812300309. Ver también Bryony A. Jones, Delia Grace. et. al. “Zoonosis Emergence Linked to Agricultural Intensification and Environmental Change”, PNAS May 21, 2013, 110 (21): 8399-8404: https://doi.org/10.1073/pnas.1208059110.

[16] Isabel Frey. “‘Herd Immunity’ is Epidemiological Neoliberalism”. Marzo 19, 2020: https://thequarantimes.wordpress.com/2020/03/19/herd-immunity-is-epidemiological-neoliberalism/. A la actual falta de estudios sobre el rol de las corporaciones trasnacionales y el conglomerado farmacéutico-químico y médico, habría que sumar la criminalización del uso de drogas consideradas ilegales, atendiendo a la forma misma en que se determina lo legal y lo ilegal en estos casos. Por otro lado, si el capitalismo clásico, basado en una antropología productivista y “capacitista”, discriminaba, criminalizaba y marginaba a toda forma de vida renuente a la lógica del capital, su intensificación neoliberal extiende las nociones de discapacidad y disfuncionalidad hasta hacerlas coincidir con grandes sectores poblacionales considerados como desechables.

[17] El tomo uno, Derrames. Entre el capitalismo y la esquizofrenia. Buenos Aires, Cactus, 2005, compila lecciones dadas entre 1971 y 1979, mientras que el segundo volumen, Derrames II. Aparatos de Estado y axiomática capitalista. Buenos Aires: Cactus, 2017, compila las lecciones que van del 1979 hasta el 1980.

[18] Jason W. Moore, (ed.), Anthropocene or Capitalocene? Nature, History, and the Crisis of Capitalism. Oakland, California: PM Press, 2016. También, Dipesh Chakrabarty. “The Climate of History: Four Theses”. Critical Inquiry 35 (Winter 2009): pp. 197-222.

[19] Cuestión ya anticipada por Bolívar Echeverría en sus ensayos. Ver, la sección VI, “Crítica de la economía política” (559-724) de la amplia antología de sus trabajos titulada Bolívar Echeverría. Crítica de la modernidad capitalista. La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. 2011.

[20] Tomo noción de acumulación por desposesión de David Harvey, A Brief History of Neoliberalism. Oxford: Oxford University Press, 2007. A su vez, tomo las nociones de maldesarrollo y neo-extractivismo de Maristella Svampa y Enrique Viale, Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo. Buenos Aires: Katz Editores, 2014. Se trata de nociones descriptivas que muestran las formas de expropiación y de derogación de derechos y acceso a los bienes y usos comunes, pero que no deben ser substantivadas, a riesgo de homogeneizar la lógica axiomática de los derrames.

[21] Más allá de los muy relevantes análisis del subalternismo asiático y de Ranajit Guha en particular, pero también de la misma cuestión de la revuelta elaborada por Furio Jesi, cabe aquí simplemente mencionar la incomodidad para el pensamiento político moderno con las diversas irrupciones de la revuelta, la que es remitida a una psicología profunda de la multitud irracional y de la anarquía.

[22] Por supuesto, no es que los conflictos socioeconómicos pierdan relevancia frente a las revueltas existenciales, sino que gracias a esta intensificación neoliberal de la normalización y de la optimización productivista, lo económico-social se muestra como existencial a nivel general, y no solo a nivel de un sector de la población, una clase o grupo.

[23] Jean-Luc Nancy, Ser singular-Plural. España: Arena Libros, 2006. También nuestro “Comunismo sucio”. NIERIKA. Revista de Estudios de Arte, Año 8, Núm. 15, enero-junio 2019: p. 99-116: http://revistas.ibero.mx/arte/uploads/volumenes/15/pdf/Nierika_15_PDF_Final_(2).pdf.