Creación

Mutación, Escritura y Estafa

Por las características propias de mi nacimiento, el noventa y nueve por ciento de las actividades humanas, sobre todo las productivas, me estuvieron vedadas desde un comienzo. Era yo una criatura destinada a un no-futuro evidente. Alguien incapaz de desempeñarse como los demás, de buscar por sí mismo el sustento básico que todo ser requiere. Alguien designado a mantenerme en un estado marginal. Esto ocurrió porque soy el resultado de una de las más grandes equivocaciones de la ciencia, producto de un experimento organizado por el sistema de investigación del régimen nazi, que desarrolló una droga diseñada, en un principio, para contrarrestar los efectos de un arma biológica creada por ellos mismos poco antes. Nací de ese modo, como un ser mutante, pues esa droga se utilizó, luego de finalizada la segunda guerra mundial, para otros fines, produciendo de ese modo decenas, centenas de criaturas deformes durante los años de mi nacimiento. Se trató de un caso tan escandaloso y alarmante que atrajo, en su momento, la atención mundial. Se iniciaron grandes juicios colectivos, que se llevaron a cabo principalmente en algunos países de Europa. Los afectados del resto del mundo quedamos fuera de cualquier amparo, excluidos, llamados a formar parte, como deseo ser actualmente considerado, un autor fuera de todo orden, no un escritor mexicano o latinoamericano más, sino alguien que conforma parte de una serie de autores que se empecinan, a pesar de las circunstancias con las que se han enfrentado y lo siguen haciendo, la mayoría desde su nacimiento, en llevar adelante sus escrituras. Incluso los afectados que participaron en los escabrosos juicios contra las farmacéuticas fueron engañados, una y otra vez, por medio de una serie de argucias jurídicas. Los detalles de lo ocurrido durante esos años son espeluznantes. Me interesa nombrar a los nacidos, bajo aquellas circunstancias, no como víctimas sino como individuos portadores de una mutación artificial. Muchos de ellos, la mayoría, están ahora muertos. Un gran porcentaje fue eliminado, de oficio, en las salas de maternidad de un sinnúmero de hospitales. Otros, por las características que presentaban sus mutaciones tuvieron una reducida esperanza de vida. Hubo también algunas muertes inducidas de manera secreta por madres o familiares desesperados ante la situación pero, como es lógico, no existe una cifra oficial de estos decesos. Sirva la escritura para rendir homenaje a estas víctimas anónimas. Para estos seres que, como muchos autores en la actualidad, están sometidos a regímenes donde se ha establecido un genocidio constante y silencioso a su alrededor. Estos mutantes pasaron por una doble afrenta. La biológica y la judicial, en la que estuvimos involucrados todos los niños contaminados del mundo. Fueron perjudicados por jugadas sucias de los laboratorios, quienes no estuvieron dispuestos a asumir su responsabilidad o, como en mi caso, ni siquiera fui considerado sujeto de reclamo, por no haberse ingerido la sustancia en los territorios donde se realizaron los juicios. Como ya mencioné, ninguno de nosotros pudo participar en las dinámicas con las que cuenta la sociedad para sus integrantes. Fuimos unos desadaptados antes de nacer. Los Paradigmas de Kuhn, aquel filósofo de la ciencia que estudió la manera de comunicación casi inmediata con la que cuenta el conocimiento normado para comunicar sus avances quedaban en entredicho. Según lo que trató de demostrar Kuhn, están estudiadas perfectamente las formas de operación de los mecanismos internacionales ante los descubrimientos que se logran por el bien de la humanidad pero, por lo visto, quedan fuera de sus estudios las maneras en que estos mismos métodos funcionan ante una gravísima equivocación. ¿Cuáles son las maneras de retroceder cuando se constata una tragedia, de inmensas dimensiones, originada en un laboratorio comandado por un régimen político encaminado al genocidio? ¿El engaño colectivo, ocultar los hechos, apelar al olvido generalizado como método de evasión fueron la formas que exitosamente se adoptaron? Parece que sí, pero siento informarles que aquí está mi escritura para dar fe de los sucesos. Y para dar cuenta, además, de que existen una serie de estrategias, a veces mínimas, muchas casi imperceptibles, con las que cuentan los llamados excluidos para lograr su empeño, sus búsquedas, sus deseos. Preceden entonces a mi nacimiento dos hechos fundamentales: la mutación inducida y la estafa, características que no parecen haberme abandonado sesenta años después de ocurridos los hechos. Y quizá por estos escándalos que anteceden a mi nacimiento, una suerte de ethos constante parece estar presente en el transfondo de la única acción persistente que he realizado desde mi infancia: la escritura. Puede ser que los fantasmas de los horrores presentes antes de mi llegada al mundo, sean el origen de esa terquedad por dejar una huella escrita, en este caso una letra insistente e insobornable, que define mi existencia, mi identidad. Una desesperación por escribir que se presentó, de manera espontánea, cuando de pequeño comencé a utilizar, con un solo dedo, sin descanso una vieja máquina de escribir. Recuerdo ese instante como un nuevo nacimiento. No. No se trató de uno nuevo, fue en realidad mi verdadero nacimiento. Recuerdo que al observar una línea mecanografiada por mí, tomé conciencia recién de mi valor en el mundo. Yo era un cuerpo mutante destinado al desecho, pero no así la letra escrita, esa frase reproducida por mi único dedo funcional, de manera impecable, por intermedio de las teclas de una Underwood Portátil modelo 1915 que es el único objeto que hasta ahora conservo, intacto, listo para continuar con su labor. Como si ser testigo de mi letra impresa me salvara de ser una víctima más de la eugenesia por la que habían tenido que transitar el resto de los afectados. Por fin encontraba una razón para ser, reconocer y ser reconocido. Con el pasar del tiempo logré crear ya no solo letras o frases, sino infinidad de libros —he perdido ya la cuenta de las centenas de publicaciones en la que está impresa la trayectoria del accionar de ese dedo—, así como tampoco llevo la cuenta del número exacto de los más de veinte idiomas a los que esa letra ha sido traducida. Cuando recibo copias de mis libros traducidos al hebreo, al bangla, al mayalaman, por citar las lenguas más lejanas, me pregunto las maneras, las estratagemas que aquel único dedo, que una mañana del año de 1970 descubrió una máquina de escribir, fue capaz de plantear en contra de las circunstancias. Me parece que ahora, cuando corremos el riesgo como especie de ser devorados de forma global por sistemas asesinos de distinta índole, es el momento de revelar las estrategias de triunfo del llamado débil, subalterno, minusválido, pobre, oprimido, carente, del que está convencido de que nacimiento es destino. De expresar tal cual fueron los sucesos. De expresar en voz alta, lo repito, que fui una criatura que fue dada a luz con todas las posibilidades en contra y que, sin embargo, halló una manera de ser escuchado, como lo están haciendo ahora ustedes. Sin embargo, no es esta una reflexión sobre superación personal ni mucho menos. Desde que la leí nunca dejó de llamarme la atención una frase del autor japonés Ryunosuke Akutagawa. “Cuando hallamos una persona en desgracia surge una natural conmiseración hacia ella, pero basta que ese mismo individuo no solo logre superar sus limitaciones, sino que se coloque en un lugar que el resto considere superior para desatar sobre su persona el odio más atroz”. Llamó tanto mi atención que la utilicé como epígrafe para mi libro Shiki Nagaoka: una nariz de ficción. Y, en efecto, a lo largo de mi vida he constatado un fenómeno curioso. Que mientras la palabra escrita iba prosperando, por decirlo de alguna manera, he sido testigo también de cómo estas mismas palabras han sido sometidas a una serie de abusos, engaños, exclusiones, estafas, llevadas a cabo de manera sistemática sin que tenga una explicación consciente para justificar estas conductas. Un mecanismo extraño, que hace que mientras más evidente se vuelva la escritura se convierte al mismo tiempo en una presa cuyo valor va en aumento, en un asunto que debe destruirse u ocultarse a como de lugar, de la misma manera como ocurrió con el medicamento frente a la no respuesta de los Paradigmas de Kuhn. Repito, no estoy enunciando una queja. La escritura está allí, intacta, presente. Los libros siguen apareciendo tanto en castellano como en otros idiomas. Sin embargo, siento que esa palabra está teñida, de alguna manera, por un sino que es imposible entender de manera racional. De una naturaleza similar a la que da origen a la propia escritura. Envueltas, la mutación, la escritura y la estafa por un soplo, por un pecado original. De allí tal vez la culpa que me causa tanto escribir como no hacerlo. La culpa y trastorno que me produce apreciar verla ser abusada sin descanso. Sin embargo, se trata de una situación dual. Pues ese sufrimiento, repetido una y otra vez, es lo que permite que se siga desarrollando. Soy un testigo asombrado, ahora, en esta etapa de mi vida, de la gran cantidad de ejemplares, reseñas, material crítico, premios internacionales, que ha producido una obra llevada a cabo por un dedo que en un principio, como señalé, estaba destinado a la nada. Una escritura que surge de un Engaño Original, de una tragedia en particular, fraguada como dije en un laboratorio del régimen nazi. Un engaño que precede mi nacimiento. Cada vez que me encuentro ante un nuevo fraude surge de inmediato el recuerdo de las fotos de los diarios, que mi madre me mostraba en la infancia, que daban cuenta de los confusos vaivenes, apelaciones, cosas juzgadas, avances y retrocesos jurídicos, indignación colectiva, que generaban en la prensa los juicios que se iban llevando a cabo contra los laboratorios durante los años sesenta. ¿Existe acaso un tributo que el inconsciente me obliga a pagar como derecho para que sigan fluyendo las palabras? Quizá así sea. Y de esta índole me parece que es también el tributo que deben pagar los autores con los que me siento identificado. Aquellos que nunca se han dejado apabullar por las circunstancias, por regímenes totalitarios, por la situación de extrema pobreza y vulnerabilidad de todo tipo en el que se hallan inmersos. Estoy seguro de que formo, de alguna manera, parte de esa grey de autores. De los que escriben en contra y no a favor de los órdenes. Aquellos que cumplen con la escritura como si esta fuera un llamado de otra índole. Por eso no estoy seguro de pertenecer a eso que llaman Literatura Latinoamericana, pienso más bien en los que imprimen su palabra como un símbolo de alerta, un grito silencioso, un señalar lo que se pretende ocultar. Nunca me han abandonado estos tres elementos. Mutación, Escritura y Estafa. Pero no solo a mí, sino a la mayor parte de habitantes de este planeta. Una Escritura que dé cuenta del estado general de las cosas. Del genocidio a nivel mundial puesto en marcha bajo distintas banderas e intereses. Del gran negocio que significa la desaparición y muerte de los sujetos que no son útiles al sistema de depredación constante en el que estamos inmersos. Es mucho más difícil lograr nuestros objetivos desde un lugar de excepción. Nuestras escrituras no normadas casi no tienen cabida dentro del marco en que las leyes operativas de los sistemas quieren situarlas. Deseo ofrendar los libros que he publicado y que son traducidos a las víctimas de aquella barbarie propia de nuestros tiempos. A los silenciados mutantes genéticos, que aparecieron y desaparecieron en los años 60. A los autores que siguen escribiendo a pesar de las matanzas que los rodean. A pesar de las sentencias que penden sobre sus cabezas. A pesar de la censura de la que son víctimas sus libros. Me parece que solo una palabra cortada, de tajo, por la mutación y la estafa puede ser capaz de entender el dolor, la angustia, que significa imprimir una palabra en un lugar prohibido.

 

 

 

Imagen: Un lugar (no) puede ser cien veces otro, obra de Perla Ramos.