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El peso más grave de la pandemia

Nota para una conversación en el marco del encuentro “¿Separación del mundo?”, 25 de mayo 2020, 17, Instituto de Estudios Críticos, México. Coordinado por Gerardo Muñoz.

 

Es muy conocido el fragmento 341 de La gaya ciencia de Nietzsche, titulado “El peso más grave”. Allí aparece un ente, que no se sabe si es un dios o un demonio (porque esa determinación dependerá de la manera en la que uno responda) que anuncia que la vida, tal como la vivimos y la hemos vivido, la repetiremos incontables veces y sin nada nuevo en ella (OC 3: 857). Esto puede parecer una condena o un don, dependiendo de la vida de cada quien. Lo que sí es seguro para Nietzsche es que si ese pensamiento se apoderara de nosotros sería el peso más grave.

Cuando comenzó la pandemia por coronavirus estaba en medio de un proyecto de lectura que tenía como centro a Nietzsche. Entonces, estos mínimos apuntes surgen de la casualidad de haber estado pensando el eterno retorno nietzscheano en tiempos de pandemia y no proponen el deber de (re)leer a Nietzsche en tiempos de pandemia —aunque yo sí continúo en ello—.  Para dejar huella de la cuestión que me ocupaba de forma más obsesiva, ya que no se trata de explicar en mil palabras ningún pensamiento de Nietzsche, cito una glosa de Michel Foucault (que glosa a su vez a Pierre Klossowski) del texto al que acabo de aludir.  Un mundo en el que ese pensamiento se apodere de nosotros:

“No sería ni el Cielo, ni el Infierno, ni los limbos; sino nuestro mundo simplemente. En definitiva, un mundo que sería el mismo que el nuestro excepto porque es precisamente el mismo”; de ahí podría nacer un lenguaje capaz de enseñarnos “cómo lo más grave del pensamiento debe encontrar fuera de la dialéctica su ligereza iluminada (…) Allí se atraviesa el espacio paradójico de la presencia real. Presencia que no es real más que en la medida en que Dios se ha ausentado del mundo, dejando en él tan solo una huella y un vacío, hasta el punto de que la realidad de esta presencia es la ausencia en la que esta encuentra su lugar y en la que por medio de la transustanciación se irrealiza”. (Dits et écrits, 356-357).

Un mundo que no es otro que el nuestro, pero con la diferencia de que ya no es aquel que se pierde en la dialéctica entre lo ideal y lo material. Nietzsche dice: “Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿quizás el aparente? (…) ¡No, de ningún modo!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!”. A renglón seguido, entre paréntesis, dice: “Mediodía; instante de la sombra más corta…” (OC 4: 635). Este mediodía no puede ser el momento del sol de la Idea. El fragmento al que pertenece esta cita es una lista de los varios episodios de ese “error”. El instante de la sombra más corta en el pensamiento de Nietzsche evoca la eternidad, pero es la eternidad del eterno retorno. Es decir, de una nueva forma de vida que no sea otra cosa que el “Deseo de vivirlo todo una y otra vez eternamente” (FP 2: 803). No es cuestión de “mejorar” la humanidad, como si Nietzsche fuera un gurú de autoayuda que nos exhorta a vivir nuestra mejor vida, convirtiendo esa práctica en nuestra nueva religión; no puede ser cuestión de erigir algún nuevo ídolo. “Derribar ídolos”, para Nietzsche, significa derribar ideales (OC 4: 782). Lo más alto, el cielo del verdadero mundo (Ideal), por un lado, y la realidad del falso mundo (material), por el otro. Ambos desaparecen. Surge ahí un cielo del accidente, “de casualidad”, en el que ninguna voluntad eterna “quiere” o “no quiere” por encima y a través de todas las cosas, es decir, un mundo que “recupera” así su “nobleza”, un mundo que no es otro que nuestro mundo —el mismo, pero diferente— (OC 4: 172).

En esa ausencia de ídolos, lo que se sustrae no es el vínculo entre “lo individual” y “lo colectivo” —nuestra manera de sacrificarnos por el beneficio de “la comunidad”—. Lo que ya no está es precisamente el aparato que, al requerir ese sacrificio en primer lugar, cancela la posibilidad misma de cualquier emancipación posible. La comunidad no es otra cosa que el agregado de todos los que son atravesados por el pensamiento de imagínate que esto se va a repetir eternamente, ¿cómo vivirías entonces? Sujetos que se baten entre lo que habrán sido y lo que están llegando a ser.

Esto no es ni político ni a-político, según lo que se entiende por estas palabras en la actualidad. Pero es preciso notar lo siguiente: no puede ser que hablemos primero de lo pre-político, o de las condiciones de posibilidad de la política, para luego preguntarnos cómo podríamos llegar a una práctica política “real” que se haga cargo de esto. O, por lo menos, no si lo que nos interesa es otra cosa distinta que rogar que se nos concedan nuestras premisas iniciales antes que cualquier otra cosa. Se trata, ante todo, de establecer que la emancipación es imposible desde esa perspectiva. Por exagerado que pueda parecer esto hoy, insistir en esa perspectiva sería algo así como decir que sería imposible hacer política sin el dios de la religión o que sin ídolos no hay política; y nuestros ídolos hoy llevan nombres raros, que nos desconciertan porque pensamos que son la esencia misma de la(s) emancipación(es) posible(s).