Una mutación está teniendo lugar ante nuestros ojos. Es casi imperceptible, a veces llega con entusiasmo y promete una felicidad humanista sin contrapeso. Se trata de una mutación de las sociedades de control, específicamente: una profundización de los dispositivos de gobierno proveídos por ese antiguo proyecto metafísico llamado “cibernética” que hoy despunta en la forma última de la razón neoliberal, orientado a gobernar la irreductibilidad rítmica de la vida (su poética).
La hipótesis que hila los ensayos del libro es que la declaración de la “guerra contra el terrorismo” por parte de Estados Unidos en el año 2001 —a propósito del ataque al World Trade Center— y la declaración de la pandemia global por parte de la Organización Mundial de la Salud en marzo del año 2020 —a propósito de la emergencia del coronavirus— constituyen dos momentos de aceleración del proyecto cibernético y su temporalidad histórica. Justamente, si las revueltas que han proliferado en múltiples lugares han “suspendido el tiempo histórico” (Jesi), los dos momentos cibernéticos aquí entrevistos no solo lo restituyen, sino que lo aceleran sustantivamente.
Si hay algo que se estaría poniendo en juego entre estos dos momentos sería una silenciosa mutación de las sociedades de control o, lo que es igual, una profundización de la racionalidad neoliberal hacia su plena visibilización fascista. Decimos “visibilización” porque no se trata de que su potencia de muerte haya estado ausente en sus versiones anteriores, sino de que esta habría quedado al desnudo desde el instante en que Estados Unidos comienza a ejercer una “dominación sin hegemonía” a partir del acontecimiento del 11 de septiembre del 2001. La “guerra contra el terrorismo” implicó una mutación en la noción de “enemigo” y, por lo tanto, en la misma concepción de “guerra” que terminaría consumada en la actual deriva virológica del coronavirus.
En este sentido, la noción de un “enemigo invisible” comienza a ser cada vez más pregnante porque la relación entre exterioridad e interioridad del conflicto resulta cada vez más indecidible. El enemigo devenido invisible define al terrorismo como a la virología. Ambos constituyen saltos decisivos en el ensamble de dispositivos de seguridad de tipo capilar: porque no se trata más del “soldado” que conquista un territorio, sino de un reducto inhumano que prolifera más allá de las fronteras, banderas, clases y geografías. Se trata de una guerra de proliferación en el que el terrorismo y la virología cristalizan la presencia fantasmática de un “otro” capaz de atravesar cuerpos estatales y biológicos.
El 11 de septiembre de 2001 habría constituido un proceso de desmaterialización para marzo de 2020: en ambos casos se declaró el estado de excepción a nivel global, pero el primero aún estuvo a cargo de la policía global cristalizada en Estados Unidos, mientras que en el segundo se profundizaron dichos mecanismos bajo la figura neutral y despolitizada de una “crisis sanitaria”. La inhumanidad de un “otro” que ya no está “afuera” sino que irrumpe desde “dentro” de nuestros cuerpos y que vigila permanentemente a cada ciudadano, por considerarlo una potencial amenaza, define la emergencia de este “enemigo invisible”, convirtiendo a nuestra situación en la de una guerra civil global que pone en tela de juicio la posibilidad de habitar el mundo al separar a los cuerpos de su potencia, a nuestras vidas de sus imágenes.