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Fragmentos de “Sin título”

10 de abril

De una u otra manera, nos alejamos. Si nos acercamos un poco, los objetos retroceden, si insistimos, desaparecen. Los mantenemos a distancia: se confunden con la escenografía.

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Esta noche circula el aire. Ventanas abiertas de par en par, cortinas agitadas… La respiración se vuelve profunda. Envuelto en una sábana, en mi balcón, espero a que me lleve el viento.

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Testimonio escuchado en la radio: “… me encogen, cada vez más…”. Acaso el polvo esté poblado de todos estos encogimientos, y no pida sino trapos, para recogerlos.

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Me acabo de enterar de que en Japón no había mirlos. Entonces, ¿quién visitaba los balcones?

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Por más que agite mis dedos, ¡resulta imposible respirar en un guante!

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Los caracoles y las babosas cubren de baba las superficies que recorren… Yo también. Pego palabras y frases en todo lo que me rodea.

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en la calle, de compras.

Un hombre interpela a otro, acodado en su ventana. “¡Te digo que hay nidos por todas partes!”. Se callan cuando paso cerca de ellos. Acelero… ¿Me denunciarán?

 

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Carrozas fúnebres como vehículos de entrega a domicilio, sale una, llega otra.

 

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Las costuras sirven para acercar tejidos, para unirlos y sostenerlos… ¿Hace falta coser tanto? Todo está tan liado, tan soldado… ¡Sólo deberíamos desplazarnos con tijeras! Descoser es tan placentero.

 

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en la noche del 10 al 11 de abril

Desierto. Ninguna escenografía. Viento ausente y vida imposible. Camino… camino…

 

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Nado como puedo en medio de un banco de peces muertos, panzas al aire… Mantengo mi cabeza lo más alta posible — sobre todo, ¡no beber!

 

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¿Qué caso tiene distinguir a un pichón de un bombardero? El techo es bajo y el vuelo rasante. Para arrastrarse hace falta aliento y sprint… Y si aceleramos, el nudo se aprieta.

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Cada vez que me lavo las manos pierdo una falange, o un dedo y el resto de la mano se comienza a ir, en jirones. Sólo resisten mis puños y mis antebrazos, que son bastante largos.

 

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Voy de un extremo al otro de la cama. Girar por todas partes no nos da más aire.

 

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Por fin estoy listo… Un tubo de acero me acaricia, mis llagas florecen. Ya no necesito un rostro — el aire entra a raudales…

 

 

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Si tropiezo con algún mueble, siento aún más mi cuerpo: dejo de ser un trapo. Esa felicidad se disipa rápido… Debo renovar mi acción contra las esquinas de las puertas o los muros de carga. ¡Qué impacto tan violento! ¿Durará más tiempo el dolor, esta vez?

 

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La materia sigue su curso y si el día es bueno, se acelera. Las frutas y verduras no resisten al aire libre. Retiro las partes afectadas de peras y manzanas … Sólo pude rescatar unas cuantas, lo demás terminó en una bolsa de plástico.

 

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Ningún cuchillo es inocente.

 

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Los gusanos marinos que generan oxígeno quedaron fuera del programa. El aire de los océanos es demasiado vasto para nosotros. Los gusanos de tierra están más a nuestro alcance, su función de aeración es muy valiosa para los suelos. Pero ¿hay que escarbar tan profundo para respirar?

 

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12 de abril

Nuestros muertos nos visitan, inquietos, con más frecuencia que antes y guardan silencio, cerca de nosotros, para no fracturar la delgada envoltura que nos rodea, que nos protege. A veces siento un peso en mis espaldas… Murmuro sus nombres y mi cuerpo se vuelve más ligero. Toda la noche sobre mi pecho, respiran.

 

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Si los techos, los pisos y las paredes se mantuvieran en su lugar, ¡podríamos, quizás, salir de esta!

 

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Ningún abandono. Ventanas abiertas… Mis pulmones saben que aún estoy aquí.

 

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Humor cambiante de una hora a otra. Fijo un punto preciso en el cuarto y al instante desaparece.

 

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Ya no hay que aplaudir — ¡gritemos en las ventanas, en los cubos de las escaleras, en los techos… hagamos el mayor ruido posible!

 

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La vida nos llama… Me aferro firmemente al borde. Reitero este ejercicio muchas veces a la semana, y termino con dos pasos hacia atrás. Es bueno ser repatriado al instante.

 

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Hacemos largos viajes y al volver, todos esos pliegues abandonados adquieren un sabor exquisito. Es la felicidad del perro de Ulises olfateando de nuevo a su amo.

 

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Una mosca sobre un muro blanco, inmóvil desde hace días. La empujo con un cerillo: está viva… Vuelve a su lugar, y se inmoviliza de nuevo en su océano.

 

 

 

 

Traducción del francés de Conrado Tostado

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa