En el número 33 de la calle de Brasil, en la plaza de Santo Domingo, pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, se alza un magnífico edificio construido por el arquitecto Pedro de Arrieta en 1732, para convertirse en la sede del Santo Oficio de la Inquisición. La institución novohispana dominaba la escena cotidiana a través de la vigilancia, la normalización y el castigo ejemplar de todo aquel que amenazara con desafiar al dogma católico.
El edificio dejó de funcionar como panóptico del Tribunal en 1821 para albergar, años más tarde, la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional.
Aunque la práctica médica se instauró profesionalmente en la Nueva España desde el siglo XVI, fue en el siglo XIX que se desarrolló en plenitud, pues las políticas públicas enfocadas en el bienestar y el urbanismo -que ya se habían instaurado con el conde de Revillagigedo a finales del siglo XVIII- fueron implementadas para controlar la higiene física y mental de los ciudadanos, sus hábitos, sus prácticas, su índice de morbilidad y mortalidad.
Las políticas higienistas llegaron para quedarse desde Francia, importadas por los médicos mexicanos que concluían su formación en aquel país y llegaban a México para poner en práctica modelos positivistas de estudio y diagnóstico de enfermedades contagiosas. Controlar el esparcimiento de la enfermedad era también parte de la creación de una idea aséptica de nación.
Una de las herramientas para el estudio de enfermedades infecciosas que se manifestaban en el tejido cutáneo, como la lepra, la sífilis o la varicela, eran las ceras de Vasseur & Tramond, famosas mundialmente por su parecido con los cuerpos reales y la fiel representación de las patologías. Las ceras* conforman actualmente una colección de piezas que son propiedad de la Facultad de Medicina de la UNAM desde 1874. La entonces Escuela de Medicina pasaba por momentos de efervescencia intelectual, alimentada por la conformación de una biblioteca, la compra de equipo médico y quirúrgico de excelente calidad y de material didáctico que garantizaba la formación de los estudiantes de medicina.
El encargo de las piezas de cera fue hecho a través del director de la escuela, el Dr. Leopoldo Río de la Loza, en 1873; la responsabilidad de su realización cayó en T. Vasseur, artista cuyo taller se encontraba en el número 9 de la calle de La Vielle École en París. El 22 de junio del año siguiente llegaron al puerto de Veracruz las 105 esculturas de la colección. Venían a bordo del barco francés Ville de Saint Nazaire.
El día de hoy, el Museo del Palacio de la Escuela de Medicina resguarda y exhibe su colección histórica de instrumental científico, fórmulas químicas, plantas medicinales, fetos animales y humanos, así como las ceras dermatológicas para la clasificación e identificación de enfermedades infecciosas. Todo esto, junto con el acervo bibliográfico y hemerográfico, el cual incluye ejemplares incunables, libros de estudio y diagnóstico del siglo XIX y la colección completa de la Gaceta Médica, conforman la documentación más importante de historia de la medicina en México, con la cual se pueden trazar las líneas de pensamiento que llevaron a la implementación de políticas de higiene pública y que revelan, más que una forma de pensar la medicina, una ideología en torno al tratamiento del cuerpo, la enfermedad y el control del individuo.
El Museo del Palacio de Medicina cuenta con salas permanentes de historia, arte y divulgación de la ciencia y salas exposiciones temporales, así como una biblioteca de consulta pública. Está abierto de lunes a domingo, de 9 a 18 horas.
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