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¿Cuán verde es tu celular?

Polity Press, 2020 https://politybooks.com/bookdetail/?isbn=9781509534715

El periódico The Economist calificó al 2019 como el año del “smartphone máximo”. El “producto de consumo más exitoso de la historia” ha alcanzado a 4 mil millones de los 5.500 millones de adultos del mundo. Más del 95 por ciento de los estadounidenses tienen un teléfono celular, y los teléfonos inteligentes representan el 77 por ciento de ese total. La concentración más alta se registra entre los residentes urbanos educados de entre 19 a 49 años de edad (Pew Research Center, 2018). Corea del Sur encabeza la lista mundial con un 94% de posesión de teléfonos inteligentes, y la tendencia es similar en todas las economías desarrolladas; con Japón, Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido alcanzando lentamente los niveles de Estados Unidos (Poushter, Bishop y Chwe, 2018).

Umberto Eco reimagina al Dr. Zhivago (1965) de David Lean en nuestro tiempo, recordando: “la tragedia de Zhivago, quien después de años ve a Lara desde el tranvía (¿recuerdas la escena final de la película?), no logra bajar a tiempo, y muere. Si ambos hubieran tenido un teléfono móvil, ¿hubiéramos tenido un final feliz?” (2014, pág. viii). El smartphone es un talismán tranquilizador: puede que algún día nos encontremos en un terreno desconocido, pero podemos encontrar la salida a través de sus funciones de mapeo. Es posible que nos adentremos en una parte “poco segura” de la ciudad, pero podemos confiar en él para comunicar nuestro paradero a nuestros seres queridos o al aparato estatal (Morley, 2017).

Las empresas involucradas se deleitan con la saturación de oídos, ojos y dedos del mundo con los teléfonos celulares. Apple dice: “Creemos que todo el mundo debería ser capaz de hacer lo que ama con el iPhone”.[1] Samsung invita a los clientes a “conocer nuestra última y mayor innovación”: es el Galaxy S10.[2] Google se jacta de que Pixel 3 es “Todo lo que deseas que tu teléfono pueda hacer”.[3] Todo eso suena bastante bien —nuevos y elegantes teléfonos que nos dan lo que queremos—. Confía en Apple, confía en Samsung, confía en Google.

Pero un informe de 2019 sobre el Mobile World Congress anunciaba en una carta a “Dear Visionaries” que la industria estaba “sufriendo una combinación de trastorno de personalidad dividida y TDAH” (ABI Research for Visionaries/MWC 19 Barcelona, 2019). Ese diagnóstico derivaba de los intereses en pugna de dos fracciones del capital: los fabricantes de teléfonos y las compañías telefónicas. Y no había espacio en este mundo de visionarios para que cualquiera de las partes considerara si sus teléfonos eran verdes.

Debido a que la difusión de estos dispositivos ha sido más rápida que su innovación, las ventas finalmente comenzaron a disminuir en 2018: hay un número cada vez menor de clientes primerizos por acorralar. Pero aunque las mejoras son cada vez más marginales, la industria puede contar con 2.800 millones de personas que sustituyen sus teléfonos cada dos años (“The Maturing”, 2019). Mientras tanto, el mercado de consumo está perdiendo importancia lentamente frente a la demanda de los segmentos militar, médico, cárnico y manufacturero de la economía (ABI Research for Visionaries/MWC 19 Barcelona, 2019).

Mientras tanto, los utópicos digitales siguen festejando la popularidad, el alcance y los efectos del teléfono. Según Bell Labs, “más de 5 zettabytes de datos pasan por la red cada año. Eso equivale a toda la población en el mundo twitteando sin parar durante más de 100 años”.[4] Para Edgar Morin, la instantaneidad de la comunicación telefónica significa que nuestro “mundo se hace cada vez más y más completo” (1999). En el mismo sentido, Ulrich Beck dice que el teléfono móvil ha alterado “las categorías sociológicas de tiempo, espacio, lugar, proximidad y distancia”, ya que “hace presente a los ausentes, siempre y en todas partes” (2002, pág. 31). Se dice que, algún día, el smartphone puede incluso proporcionar pistas materiales sobre la forma en que vivimos:

El teléfono tiene mucho en común con los artefactos portátiles de una arqueología más tradicional, como las hachas de piedra o las vasijas de cerámica… un objeto hecho a medida para adaptarse al mundo humano… formado para encajar en la mano y los dedos, y tiene capacidad de acción… orientado hacia otras partes del cuerpo (Edgeworth 2010, pág. 143)

Pero hay otro lado de esta aparente cornucopia. El Foro Mundial de la Privacidad sugiere que vivimos en una sociedad-espejo de un solo sentido, en la que el poder se traspasa a las corporaciones a través de la supuestamente imparcial herramienta de la interactividad (Dixon, 2010). Los alguna vez verdaderos creyentes y editores de la revista Wired ven a internet deshecho por la corporativización del conocimiento y el modelo perfectamente cerrado de las aplicaciones telefónicas (Anderson y Wolff, 2010). Dan Schiller describe el desplazamiento y el desarraigo de la vida moderna como una mezcla de individuación y movilidad. Sostiene que los acuerdos político-económicos significan que la telefonía móvil ha surgido de manera adecuada para las sociedades divididas (2007).

Y, mientras que la brecha en la propiedad de teléfonos móviles entre ricos y pobres se ha reducido en los Estados Unidos, casi el 30 por ciento de los adultos con ingresos familiares por debajo de los 30 mil dólares no poseen un teléfono inteligente, y más del 40 por ciento de estos hogares carecen de banda ancha, una computadora de escritorio o una computadora portátil. Alrededor del 26 por ciento de los estadounidenses de bajos ingresos con smartphones pero sin banda ancha en sus hogares, dependen de los servicios de sus celulares para la conectividad de red. Ese número se ha duplicado desde 2013 (Anderson y Kumar, 2019).

A nivel mundial, la brecha de teléfonos inteligentes entre las regiones ricas y pobres está disminuyendo, pero las desigualdades en el acceso y los estándares de servicio persisten (Silver y Johnson, 2018). La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) informa de que “[l]a mayor parte de la población mundial vive actualmente dentro del alcance de una señal de red móvil-celular”, y más de la mitad está en línea (2018a, pág. 2). La UIT observa (y promueve) la creciente importancia de las telecomunicaciones móviles celulares para el crecimiento económico en África, los Estados árabes, Asia y América Latina (2018a, pág. 4).

Pero también estima que existe una inmensa variación dentro del Sur Global en cuanto a la propiedad de teléfonos inteligentes, acceso a redes móviles y, quizá lo más importante, conexiones asequibles, rápidas y confiables (2018a, págs. 104-6 y 125-30; Álvarez, 2014; Bianchi, 2015). Además, gran parte del hemisferio sur tiene una brecha de género muy significativa en el acceso a los teléfonos inteligentes (Bhandari, 2019).

Haciendo caso omiso de estas limitaciones determinantes, la UIT, la industria de las telecomunicaciones y los fabricantes de productos electrónicos insisten en que las comunicaciones móviles celulares se expandirán inexorablemente y de forma beneficiosa desde los países ricos en los que tienen su sede. El bombo publicitario de la industria tiene un tono imperioso: nos dirigimos inexorablemente hacia la siguiente etapa de progreso y placer tecnológico y humano. La comunicación móvil será fundamental.

Ante tales intensas predicciones, debemos tener en cuenta que la idea del progreso tecnológico solo ha existido desde el siglo XIX, cuando se utilizó como propaganda “para negar la legitimidad y racionalidad” de la oposición organizada ante la maquinaria industrial (Noble, 1995). Los luditas, famosos por destruir en ocasiones las máquinas que temían arruinarían sus medios de vida y la calidad de su oficio, “no creían en el progreso tecnológico, ni podían hacerlo; la extraña idea se inventó después de ellos, para tratar de prevenir su recurrencia” (Noble, 1995, pág. 2).

No se oponían a la nueva tecnología per se, solo a que sus promotores ignoraran sus diseños antidemocráticos y su despliegue socialmente destructivo. Adherimos a esa crítica en nuestro análisis del smartphone como emblema del progreso tecnológico. El mundo ha estado sujeto a la promoción incesante de las innovaciones en los teléfonos inteligentes durante más de una década. Tal retórica ignora los temas centrales de este libro: el daño ambiental, la explotación laboral y la connivencia de la industria con la propaganda anticientífica.

Es irónico que The Economist usara un adjetivo generalmente aplicado al “terror” de quedarse sin petróleo —“pico petrolero” (peak oil)— para describir la supersaturación del mercado mundial de teléfonos celulares. Porque ambas industrias han desempeñado papeles malévolos en nuestra crisis planetaria. Y ambos se relacionan con el concepto “Verde” de nuestro título.

“Verde” puede significar desagrado, incluso repugnancia. Por ejemplo, “se puso verde” o “es indefendible tener céspedes verdes en Los Ángeles”. Pero el significado del término es más complejo que eso. Es a la vez sereno, beneficioso, perturbador, corrupto, radical y conservador: consumo ecológico, certificación ecológica, nuevo acuerdo (ecológico) y Greenwashing.

A finales de los años sesenta y principios de los setenta, la palabra “contaminación” estaba de moda para explicar los peligros medioambientales. Un signo ubicuo y local, parecía estar en todas partes, pero aislable. Los problemas que describía ocurrieron cuando determinados cursos de agua, vecindarios o campos sufrieron externalidades negativas de la minería, la agricultura y la manufactura. La cuestión era cómo restaurar estos lugares a su estado anterior: prístino, intacto, perdurable. La contaminación tenía que ver con las irregularidades de las empresas, la negligencia del gobierno y la ignorancia del público, y cómo remediar su impacto maligno. Podría limpiarse si los gobiernos obligaran a las empresas a hacerlo, y pronto terminaría, una vez que los involucrados entendieran el problema.

Pero cuando los gases de efecto invernadero, el racismo ambiental, el calentamiento global, la salud ocupacional y el imperialismo ambiental aparecieron en la agenda, la contaminación llegó más allá de las fronteras nacionales y se volvió ontológica, amenazando a la Tierra misma que da y sostiene la vida, y haciéndolo de maneras demográficamente desiguales.

Se encontró una palabra para describir los valores y formas de vida que englobaban una conciencia planetaria para contrarrestar este desastre, según las utopías del gobierno mundial que había animado las imaginaciones transnacionales durante décadas: “Green” surgió para desplazar el término más negativo y limitado de “contaminación”, acarreando el significado tanto de nuevas posibilidades como de un mayor y más global sentido de urgencia. Su campo de acción se extendió desde las vías fluviales y los lugares de trabajo hasta las poblaciones y el planeta.

Este sintagma seductoramente simple, “Verde”, se transformó rápidamente en una compleja mezcla polisémica. Hoy en día, puede referirse al empoderamiento local, descentralizado y no corporativo, o a la conciencia internacional y la acción institucional. El término es invocado tanto por los conservadores, que hacen hincapié en mantener el mundo para las generaciones futuras, como por los radicales, que hacen hincapié en las perspectivas anticapitalistas, poscoloniales y feministas. El término “verde” puede poner de relieve las desventajas de la tecnología, como una de las causas principales de las dificultades ambientales, o saludar innovaciones como las de los futuros salvadores, a través de dispositivos y procesos aún por inventar que aliviarán el calentamiento global. Puede favorecer la regulación estatal e internacional, o ser escéptico de las políticas públicas. Puede fomentar la responsabilidad individual del consumidor o cuestionar el localismo en contraste con la acción colectiva. Puede reflejar los ejes izquierda-derecha de la política, o argumentar que deben ser trascendidos, porque ni el estatismo ni el individualismo pueden arreglar los peligros a los que nos enfrentamos.

Esta expansión masiva y conflictiva del significado ha generado una amplia gama de usos instrumentales. Así, los entornos verdes se promueven como incentivos para el ejercicio (Gladwell et al., 2013), estímulos para que los consumidores utilicen códigos de respuesta rápida (Atkinson, 2013), formas de estudiar si las plantas se comunican a través de la música (Gagliano, 2012), intentos de empujar a la criminología hacia el interrogatorio del daño planetario (Lynch et al., 2013), trucos para reclutar empleados deseables (Renwick et al., 2012) y técnicas para aumentar la productividad laboral (Woo et al., 2013).

De acuerdo con esta expansión, los partidos políticos verdes ahora se ocupan de las condiciones laborales, las políticas de inmigración, los derechos humanos, el crecimiento industrial y la ciencia del clima (Miller, 2015). Eso no significa que los orígenes del término se hayan perdido, sino que el estado material del juego ha requerido esta expansión semántica debido a una acumulación de significado en el tiempo y el espacio, a medida que el estado de nuestra crisis se hace más claro, tanto para la ciencia como para el activismo. En resumen, “Verde” ha llegado a ser sinónimo de buena vida, no solo la nuestra, sino la de nuestros compañeros animales y la de nuestros descendientes colectivos que aún no han nacido. Representa una nueva solidaridad que parte de la ciencia del clima para buscar un futuro mejor y más seguro que trascienda los habituales sermones y códigos del retorno de las agencias individuales o de los inversores.

La ciencia climática deja pocas dudas de que los humanos han hecho de la Tierra un lugar inhóspito para que florezca la vida. El último y más urgente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas advierte que tenemos unos diez años para hacer cambios radicales en nuestras formas de emisión de carbono, o el desastre nos espera (Watts, 2018). La Evaluación Nacional del Clima de los Estados Unidos, un proyecto de trece departamentos y agencias federales, informa que el país enfrenta riesgos inminentes por el aumento del nivel del mar, los incendios forestales, la sequía, las inundaciones, el calentamiento atmosférico y el debilitamiento de la capacidad de sus ecosistemas para absorber las emisiones de carbono y otros gases de efecto invernadero (Programa de Investigación sobre el Cambio Global de los Estados Unidos, 2018). El 97 por ciento de los científicos dicen que los humanos son los responsables del calentamiento global y que debemos cambiar radicalmente nuestro comportamiento para salvar la biósfera, los ecosistemas y los habitantes del planeta. Existe una brecha preocupante entre estas advertencias urgentes de los científicos del clima y la conciencia pública de la crisis ecológica. Igual de alarmante es el hecho de que encuestas recientes muestran que la población estadounidense cree que solo el 49 por ciento de los científicos están de acuerdo con la realidad del cambio climático, con más de una cuarta parte discerniendo erróneamente “muchos desacuerdos” entre ellos (Marlon et al., 2018).

La incertidumbre pública es un poderoso inhibidor de la acción política y contribuye a la aceptación del calentamiento atmosférico. Pero hay esperanza. Los estadounidenses están cada vez más preocupados por el calentamiento global, aunque la mayoría no entiende sus causas. Tal vez esta ansiedad sea inevitable a medida que experimentamos sistemas climáticos cada vez más extremos, eventos “naturales” destructivos y pérdidas en los ecosistemas asociadas con el cambio climático (Schwartz, 2019).

También hay un movimiento juvenil verde, animado y creciente en todo el mundo, que protesta contra la inacción política ante la ecocrisis. Los jóvenes activistas se enfrentan a los multimillonarios y a los políticos de la era jurásica, diciéndoles en la cara que se dejen de tonterías y actúen con base en la ciencia (Wearden y Carrington, 2019). Una generación nacida en una era de desastre máximo debido al calentamiento global no tolerará las políticas codiciosas de los líderes mundiales que contemplan a los barones de la industria y las finanzas, a los gigantes de los combustibles fósiles y a los magnates de la tecnología. Decenas de miles de escolares de Europa Occidental se declararon en huelga en el invierno de 2019 con los eslóganes #FridaysForFuture y “There’s no Planet B” (“Children’s Climate”, 2019). De ahí que también las mujeres decidan #BirthStrike porque se sienten incapaces de garantizar la seguridad climática a las generaciones futuras (Doherty, 2019), y los esfuerzos de la Rebelión de la Extinción.[5] Su tarea es enorme: el Secretario General de la ONU, António Guterres, advierte que la voluntad política para combatir el cambio climático se está “desvaneciendo” (citado en “Voluntad política”, 2019). El apoyo público a la acción para detener nuestra ecocrisis sigue siendo un trabajo en curso, construyéndose lentamente a medida que la gente se da cuenta de la urgencia del problema planetario. Pero hay señales de una nueva ciudadanía dispuesta a cumplir sus compromisos ambientales. Tanto Nature como el British Medical Journal se inspiraron en #FridaysForFuture (Fisher, 2019; Stott et al., 2019).

 

El libro que tienes en tus manos

How Green Is Your Smartphone? se basa en la lógica y la investigación de las ciencias climáticas y ambientales y de las ciencias sociales políticas, económicas y etnográficas, en los compromisos éticos y políticos de los movimientos ecologistas y en la tolerancia cero de los jóvenes activistas hacia el statu quo mientras buscan nuevos acuerdos económicos y entornos verdes para trabajar, descansar y jugar.

Hemos estado enseñando sobre estos temas en varios países durante más de una década, y no siempre nos ha resultado fácil reducir la brecha entre el conocimiento científico y el público, especialmente cuando se cuestionan los teléfonos celulares. Se han convertido en parte del propio sentido de uno mismo. De ahí un volumen polémico que toma partido en esta lucha elemental, a la vez que se esfuerza por comunicar el estado actual de acuerdo y desacuerdo académico, junto con el trabajo de gobiernos, activistas y medios de comunicación.

Por supuesto, mucha gente no piensa en el destino de la Tierra. No escribimos este libro para ellos. Puede que también lo descubran: como la mayoría de la gente, tienen un teléfono móvil. Aquellos que lo hagan econtrarán que una parte crucial —del tamaño de su bolsillo— de sus vidas electrónicas está conectada a un mundo entero que necesita ayuda. Porque esperamos que esta pequeña polémica muestre que incluso los cambios más pequeños en cómo pensamos sobre nuestro mundo digital pueden contribuir a un nuevo entendimiento de la buena vida, una que priorice la biósfera, la ecología y el equilibrio entre la existencia humana y los sistemas de sustentación de la vida de la Tierra.

Nos mantenemos a cierta distancia de ese objetivo. A principios del siglo XXI, la buena vida sigue estando definida por el crecimiento material basado en el consumismo. El smartphone se destaca en medio de esa seductora fábula de laissez-faire, como símbolo de progreso y plenitud. Por el contrario, este libro examina la realidad material y el impacto social de las tecnologías digitales, con especial atención a los riesgos medioambientales vinculados a los teléfonos móviles y dispositivos similares.

No nos interesa avergonzar a los usuarios, ni devolver a la sociedad a un momento anterior a la comunicación móvil. Queremos explicar los riesgos ambientales asociados a estos dispositivos en un contexto social, y cómo pueden ser reducidos. Nuestro objetivo es delinear un papel para el smartphone en un sistema de comunicaciones más ecológico. Comprender las características materiales de los teléfonos inteligentes nos ayuda a identificar pautas para hacerlos más ecológicos a escala personal y planetaria.

Los tres capítulos le sugieren al lector:

  • Sé más listo que tu smartphone
  • Reconoce que el smartphone más ecológico es el que ya tienes; y
  • Rechaza la propaganda anti-científica

 

Sé más listo que tu Smartphone (Outsmart Your Smartphone)

La comunicación móvil celular se basa en conexiones de red. La radiación de radiofrecuencia rebota de un lado a otro, desde nuestros teléfonos hacia torres celulares y transmisores inalámbricos. La exposición a esta radiación se ha relacionado con riesgos potenciales para la salud, incluyendo al cáncer. Podemos reducir estas posibilidades, incluso sin una orientación clara de la industria o de sus reguladores.

La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés), que certifica la seguridad de los teléfonos celulares en los Estados Unidos, dice que “ninguna evidencia científica establece actualmente un vínculo definitivo entre el uso de dispositivos inalámbricos y el cáncer u otras enfermedades” (Comisión Federal de Comunicaciones, 2018). Si esto es cierto, ¿por qué emite directrices que limitan la exposición pública a la radiación de radiofrecuencia? Los teléfonos celulares no deben superar niveles de radiación de 1,6 vatios por kilogramo (W/kg), que es un promedio de energía absorbida por un gramo de tejido según el estándar de pruebas de EEUU (Federal Communications Commission, sin fecha). Esto se conoce como la Tasa de Absorción Específica (SAR, por sus siglas en inglés).

Se debe tener en cuenta que los propios fabricantes son los que deciden la distancia segura entre el teléfono y el tejido humano para cumplir con las directrices de la SAR; el gobierno no se encarga de esto por nosotros. Apple dice que es seguro exceder 1.6 W/kg de exposición si uno sostiene un teléfono a cinco centímetros de la cabeza; Samsung dice que quince centímetros es seguro; otros fabricantes recomiendan diez centímetros. Depende de ellos. Ese es un problema para los usuarios de teléfonos celulares, y otra buena razón por la que necesitamos ser más astutos que nuestros teléfonos.

Los niveles de SAR importan. La mayoría de la gente sostiene los teléfonos contra sus cabezas y cuerpos. Los estudios de exposición a la radiación de radiofrecuencia a distancia cero muestran niveles de SAR dos veces más altos que el límite reglamentario, y en algunos ensayos de tres a cuatro veces más altos. En 2017, la Agencia Nacional de Frecuencias (ANFR) de Francia descubrió que la mayoría de los “teléfonos superan los límites de radiación del gobierno cuando se prueban en la forma en que se utilizan, junto al cuerpo” (Environmental Health Trust, 2018b). El estudio de la ANFR ha sido comparado con el “dieselgate”, la revelación de que Volkswagen mintió durante años sobre las emisiones de sus coches con motor diesel, que la compañía había manipulado para emitir niveles atípicamente bajos en condiciones controladas. “Phonegate”, como algunos lo han llamado, arroja una luz crítica sobre la falsedad de la industria de las telecomunicaciones.

Si el SAR es una guía tan importante para el uso seguro de un teléfono celular, ¿por qué la mayoría de nosotros no lo sabemos?

Puede que te sorprenda saber que tu teléfono incluye instrucciones sobre los niveles de SAR; simplemente no te han dicho dónde encontrarlas. En los Estados Unidos, la FCC exige a los fabricantes de teléfonos que informen a los consumidores si sus productos cumplen con las directrices reglamentarias sobre los niveles de exposición. Ellos cumplen, pero de una manera engañosa. La mayoría de los teléfonos tienen un aviso legal sobre la “exposición a RF” enterrada en sus configuración. Se necesitan cinco pasos para encontrarlos en un iPhone típico, o puedes revisarlos en el sitio web de Apple.[6] Otros fabricantes hacen que sea igualmente difícil, o más difícil, encontrar instrucciones para un uso seguro; es como si hubieran diseñado una característica para hacer que los teléfonos inteligentes sean estúpidos sobre este tema. Compare esto con las advertencias de salud en los paquetes de cigarrillos, con sus palabras alarmantes e imágenes gráficas.

Un estudio realizado para la Canadian Broadcasting Corporation reveló que el 81 por ciento de los canadienses no conocía las directrices de su gobierno sobre el uso del teléfono móvil, ni sabía que los propios teléfonos explicaban cómo reducir la exposición a la radiación (Mission Research, 2017; The Secret, 2017). Asumimos que la falta de conocimiento público sobre este tema es similar en otros lugares.

Si la industria está obligada a informarnos sobre los posibles riesgos para la salud, pero oculta esa información, debemos preguntarnos: ¿qué más está ocultando? Una forma de responder a esta pregunta es revisar la legislación en todo el mundo que obliga a los fabricantes de teléfonos a poner advertencias sanitarias explícitas en sus envases. Francia e Israel han aprobado esas leyes. Pero donde otros países lo han intentado, la industria de las telecomunicaciones ha presionado para que se oponga al etiquetado explícito. En Estados Unidos y Canadá se propusieron proyectos de ley que fueron rechazados por la presión de grupos industriales (Environmental Health Trust, 2018a).

Esto nos lleva a un tercer punto sobre la salud personal. Un coro de preocupaciones ha surgido en torno a la adicción a los teléfonos celulares. Estas se han centrado en gran medida en los niños y las familias, con los correspondientes remedios que son altamente individuales. Revisamos esas ansiedades, así como la preocupación del público de que la distracción de los teléfonos inteligentes se ha convertido en un factor clave en las lesiones y muertes por accidentes de tráfico. Finalmente, examinamos las posibles enfermedades causadas por la exposición a la radiación.

Por ahora, es importante destacar que muchos estudios científicos sugieren que puede haber una relación causal entre la radiación de radiofrecuencia de los teléfonos celulares y una serie de enfermedades, incluyendo el cáncer. Los resultados no son definitivos. Pero sobre la base de los conocimientos científicos que hemos examinado, se prescribe la precaución. Tenga cuidado de no guardar o usar el teléfono cerca de su cuerpo. Confíe en los auriculares con cable, los altavoces, o mensajes de texto cuando sea posible. Sé más listo que tu smartphone.

En general, esperamos que un legado permanente de la política y la teoría ecológicas sea el desarrollo e instalación del principio de precaución en la vida cotidiana y en la formulación de políticas.[7] Este principio se opone al análisis convencional de coste-beneficio, que examina las ventajas y los inconvenientes de la satisfacción del consumidor frente a la seguridad. En su lugar, coloca la carga de la prueba sobre los defensores de los procesos industriales para demostrar que son seguros desde el punto de vista medioambiental, con la idea de evitar el daño en lugar de abordar los riesgos una vez que ya están en marcha: prevención, no curación.

 

El Smartphone más ecológico es el que ya tienes (The Greenest Smartphone is the One You Already Own)

Conservar el smartphone que ya tienes es tu opción más ecológica. En primer lugar, señalamos los peligros a los que se enfrentan los trabajadores de las industrias extractivas y las fábricas que realizan estos dispositivos para nosotros. La presión en su lugar de trabajo se intensifica cada vez que los consumidores piden el último modelo de smartphone. Al mantener los teléfonos inteligentes el mayor tiempo posible, los usuarios pueden despresurizar el proceso laboral.

En segundo lugar, examinamos los teléfonos inteligentes entre una serie de tecnologías de pantalla digital que utilizan grandes cantidades de energía y recursos naturales, tanto en su producción, a través de la emisión de gases de efecto invernadero y contaminantes peligrosos, como en su vida útil, debido a su necesidad de energía, a menudo alimentada con carbón, para recargarse y conectarse a sistemas de red y servicios de datos.

Si combinamos las emisiones de la industria manufacturera y la electricidad que alimenta la red y las infraestructuras de almacenamiento de datos, los teléfonos inteligentes y otras plataformas de terminales producen alrededor del 1,4 por ciento de la huella de carbono total del mundo. La mayor parte de esto ocurre durante la fabricación; durante la vida útil de un teléfono, se producen relativamente pocas emisiones de gases de efecto invernadero (Malmodin y Lundén, 2018, págs. 2, 8 y 9). Extender esa vida manteniéndolos por más tiempo los hace más verdes.

Al final de la vida útil del teléfono, podría convertirse en residuos venenosos. Según la Universidad de las Naciones Unidas, “Los desechos electrónicos, o e-waste, se refieren a todos los artículos de equipos eléctricos y electrónicos y sus partes que han sido desechados por su propietario como residuos sin la intención de reutilizarlos”.[8] Cuando tiramos los teléfonos inteligentes a la basura o los “reciclamos”, con frecuencia terminan como desechos electrónicos tóxicos, el elemento de más rápido crecimiento en las corrientes de desechos mundiales: entre 46 y 50 millones de toneladas métricas, y crecen entre un 3 y un 4 por ciento al año. Los teléfonos celulares por sí solos constituyen aproximadamente el 10 por ciento de esas cifras (Baldé et al., 2018, págs. 3, 9-40). El período promedio en el que las personas en el Norte global mantienen sus teléfonos es menos de dos años. Esto es por costumbre, no por pérdida de funcionalidad. Retenerlos el mayor tiempo posible puede aligerar el flujo de desechos electrónicos a un sistema que ya está sobrecargado.

  

Rechaza la propaganda anti-científica (Calling Bullshit on Anti-Science Propaganda)

Al igual que las industrias del tabaco y de los combustibles fósiles, las empresas de telecomunicaciones no tienen reparos en utilizar las relaciones públicas para la “ciencia de los juegos de guerra” a través de campañas que propagan la duda y la confusión sobre los problemas ecológicos, desde el cambio climático hasta las radiaciones de radiofrecuencia. El truco consiste en desacreditar a los investigadores que reportan evidencias de daño mientras respaldan las becas de quienes reportan hallazgos tranquilizadores. Esa estafa funcionó para las corporaciones tabacaleras durante décadas, con resultados desastrosos para la salud pública.

Pero cuando lleguemos al capítulo 3, seremos más inteligentes que nuestros teléfonos. Habremos descubierto cómo hacerlos más ecológicos y estaremos preparados para enfrentarnos a los sinvergüenzas de la industria y a los periodistas crédulos. Con el aire despejado de propaganda contaminante, nuestra breve conclusión puede ofrecer ideas sobre lo que debería suceder a continuación.

Nos tomamos muy en serio estas cuestiones, no solo porque somos consumidores preocupados por esta tecnología, sino porque hemos sido actores involucrados en su desarrollo sin saberlo. Las ruedas de clic, las pantallas multitáctiles, los sistemas de posicionamiento global, las baterías de iones de litio, la compresión de señales, el lenguaje de marcado de hipertexto, las pantallas de cristal líquido y otras innovaciones fueron el resultado de la financiación gubernamental de entidades públicas como la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de EEUU, la Organización Europea de Investigación Nuclear, el Departamento de Energía de EEUU, la CIA, la Fundación Nacional para la Ciencia, la Armada de EEUU, la Oficina de Investigación del Ejército de EEUU, los Institutos Nacionales de la Salud, el Departamento de Defensa de EEUU y las Universidades de investigación (Mazzucato, 2015). Pagamos impuestos que hicieron posibles los teléfonos inteligentes y sus predecesores inmediatos —así es, impuestos— y las empresas privadas se beneficiaron.

Por lo tanto, es importante reconocer que tenemos la responsabilidad de animar a los propietarios de teléfonos inteligentes, como nosotros, a ir más allá de la apreciación de la utilidad de estos dispositivos y comprender nuestra relación con el daño que causan. Además de mantener nuestros teléfonos el mayor tiempo posible, debemos esforzarnos por mantenernos al día con la ciencia y el conocimiento relacionados con el impacto social de la tecnología, desde los efectos de los medios de comunicación hasta las estafas corporativas.

Investigamos y escribimos gran parte de este libro en dispositivos móviles —esa es la paradoja de un proyecto que pretende hacer que los teléfonos inteligentes sean más ecológicos desde dentro y más allá de los límites de sus promesas engañosas—. Nuestra esperanza es que How Green Is Your Smartphone? permita a los lectores que no tienen tiempo para sumergirse en los estudios relevantes, contribuir al conocimiento público y al debate sobre estos aparatos. Es una contribución que se necesita de manera urgente.

 

 

Obras citadas:

‘Children’s Climate Rallies Gain Momentum in Europe’ (2019, 25 de enero) BBC News. Disponible en: https://www.bbc.co.uk/news/world-europe-46999381

‘The Maturing of the Smartphone Industry is Cause for Celebration’ (2019, 10 de enero) The Economist https://www.economist.com/leaders/2019/01/12/the-maturing-of-the-smartphone-industry-is-cause-for-celebration.

‘Political Will to Fight Climate Change is Fading, Warns UN Chief’ (2019, 12 de mayo) BBC News. Disponible en: https://www.bbc.com/news/av/world-asia-48244315/political-will-to-fight-climate-change-is-fading-warns-un-chief

The Secret Inside Your Cellphone (2017, 24 de marzo) Canadian Broadcasting Corporation CBC Marketplace. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=Wm69ik_Qdb8&feature=youtu.be

ABI Research for Visionaries/MWC 19 Barcelona (2019) The Future of the Mobile Industry: A Reality Check from Mobile World Congress 2019-6 Brief Reads for Visionaries. Disponible en: https://go.abiresearch.com/2019-mobile-world-congress-reality-check

Álvarez, M. Á. P. (2014, mayo) ‘Latin America’s Digital Divide,’ Latin American Science. Disponible en: http://latinamericanscience.org/2014/05/latin-americas-digital-divide/

Anderson, C. y Wolff, M. Disponible en: http://www.wired.com/magazine/2010/08/ff_webrip/all/1

Anderson, M. y Kumar, M. (2019) Digital Divide Persists Even as Lower-Income Americans Make Gains in Tech Adoption, Pew Research Center. Disponible en: https://www.pewresearch.org/fact-tank/2019/05/07/digital-divide-persists-even-as-lower-income-americans-make-gains-in-tech-adoption/

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Baldé, C. P., Forti V., Gray, V., Kuehr, R., y Stegmann, P. (2018) The Global E-Waste Monitor 2017. Bonn/Ginebra/Viena: United Nations University, International Telecommunication Union, y International Solid Waste Association.

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Dixon, P. (2010) The One-Way Mirror Society: Privacy Implications of the New Digital Signage Networks. World Privacy Forum. Disponible en: http://www.worldprivacyforum.org/pdf/onewaymirrorsocietyfs.pdf

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[7] https://www.sehn.org/precautionary-principle-understanding-science-in-regulation

[8] http://www.step-initiative.org/