Atravesamos condiciones de vida desconocidas. La pandemia nos impone reglas nuevas que nos enfrentan a una soledad forzada (a veces, incluso, con muchos bajo un mismo techo) y al sentimiento de compartir un destino común y fuera de nuestro control.
El mundo se detuvo de golpe y descubrimos que podemos vivir sin consumir de forma excesiva y sin la destrucción radical del medio ambiente que ese consumo acarrea; que el poder político pierde su sentido común (y comenzamos a soñar que de este caos surja un orden nuevo). Nuestras sociedades ya anhelaban cambios radicales y este momento puede, tal vez, acelerar los procesos que estaban en curso. Descubrimos, también, el exceso de egoísmo, las pulsiones de rechazo hacia los demás y a sus problemas; reina una preocupación legítima y el miedo por uno mismo y por los nuestros. Los temores están vinculados no solo a la enfermedad sino también a sus consecuencias en la sociedad: la crisis económica que destruye el orden social, la crisis de seguridad que surge como consecuencia…
Pese al temor, somos conscientes de que este momento es único y que debemos preservar su huella: para comprender mejor nuestro ánimo, para explicarnos lo que sentimos, para romper de alguna manera el aislamiento.
¿Cómo transformar esta experiencia en conocimiento, en ganancia? Todos sabemos, por ejemplo, que la violencia familiar y de género ha aumentado durante el encierro: tengamos el coraje y la fuerza de decirlo alto y fuerte para atacar esa plaga con mucha más fuerza. En otra cara del mismo encierro, los múltiples pasatiempos muestran sus límites y no logramos disfrutar del esparcimiento que, en el pasado, nos satisfacía plenamente: estamos obligados a vivir un repliegue de nosotros mismos y a encontrar una forma de vida interior. Por ello, es el momento de encontrar un significado firme y sólido para la cultura: no nos referimos a un mayor consumo de productos artísticos sino a una práctica más personal, centrada en el momento presente, que nos abra la mente, que nos permita compartir reflexiones, experiencias y sensaciones.
Esta búsqueda de sentido, más que nunca, tiene su razón de ser: ayudarnos a aprovechar la existencia, a expresar la belleza y las consternaciones, a construir un espíritu crítico. Al ámbito puramente mercantil que nos asfixia le contraponemos la sensibilidad, la búsqueda de la belleza que seduce y el rechazo de la estupidez que envilece.
Desde una universidad pública invitamos a artistas, intelectuales y escritores a participar en este proyecto que se ofrecerá a los lectores para acompañarlos en su encierro y darles elementos de reflexión que puedan ilustrar, apoyar y estimular los propios. El programa de la actual administración de la UAM Cuajimalpa lo dice claramente: “Hoy vivimos un momento de la historia de Occidente en el que se requiere que la Universidad desarrolle nuevas tareas y asuma compromisos extraordinarios […] La Universidad pública se compromete en la construcción de una sociedad más igualitaria y con mejor calidad en la convivencia colectiva”.
Cada día, entonces, ofreceremos una participación inédita bajo la forma de un texto, una grabación sonora o un video; y cada mes, un referente del ámbito cultural o académico analizará lo ya publicado. Todas estas participaciones serán de libre acceso. Presenciaremos a través de ellas la construcción de una “Bitácora del encierro”: la huella singular e incomparable de la experiencia que atravesamos y que nos atraviesa.
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa