Blog de la Caravana

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Hace unas semanas —un viernes a las 14:20 horas— recibí un mensaje por WhatsApp invitándome a escribir una entrada para el Blog de la Caravana sobre mi experiencia al frente de 17, Radio.

Por uno u otro motivo lo fui postergando hasta la otra noche en que, en un estado de duermevela, motivada por lo escrito por Ricardo Lomnitz en el Blog que hacía una llamada a “ensamblarse” con las actividades de improvisación del Instituto, emprendí la escritura de este texto como un juego —¿(in)consiente?— de improvisación sonora. El reloj del celular marcaba las 0:28 hora y el sonido más cercano que me acompañaba era el de la respiración de Tuna, mi pastora negra de nueve años, durmiendo al pie de la cama.

Falto a la verdad cuando digo que el sonido más cercano era el de la respiración de mi perra pues estaban ahí el susurro de la inhalación y exhalación de mi propia respiración, indetenible instrumento de aliento; el de la sangre fluyendo suavemente o en un torrente más recio; el de mis intestinos y órganos internos.

Aguzando el oído habría podido escuchar el sonido, y percibir táctilmente, el desprendimiento de las escamas de la piel por el roce de las sábanas; el crecimiento infinitesimal de cada uno de mis cabellos y de cada una de mis uñas; el de la muerte y nacimiento de nuevas células; el de la interconexión y actividad eléctrica de mi cerebro; los picos, caídas y planicies de sus ondas.

Pensar sobre lo que ha sido la experiencia en 17, Radio me lleva a lucubrar acerca de la relación acústica con el propio cuerpo y con el mundo. Mi primer contacto presencial con el Instituto se dio en 2019 cuando, por invitación de Conrado Tostado, acudí a varias sesiones del Coloquio «¿Cómo surge un nuevo orden?» y descubrí resonancias en lo expuesto por Alejandro Frank sobre la materia, y en lo expresado por los creadores de la mesa en la que participó Mario Lavista. Después, mi interés en el Coloquio «Mutualidad», al oír a Diana Delgado-Ureña del colectivo ARTEA de España mostrando una instalación sonora de fuerte potencia crítica y memoriosa, que recreaba el territorio de una cueva propiciando una experiencia sensorial, gotas de agua deslizándose, voces comentando los lugares recorridos en una expedición imaginaria.

Recuerdo también mi deslumbramiento (y es que lo auditivo también puede deslumbrar), al escuchar la batería suspendida de Jerónimo García Naranjo y Milo Tamez en “Graviton”, pieza de libre improvisación que interpretaron el sábado 9 de julio de 2021, transmitida vía Facebook entre las 17:30 y las 19:30 horas, sesión con la que cerró el Coloquio «Archipiélago crítico».

Estas experiencias se suman a inquietudes muy personales, la exploración de la resonancia que permite al cuerpo percibir el sonido sin que el oído intervenga, así como la reflexión acerca de aquello que social y culturalmente condiciona los modos de escucha. El reconocimiento de la condición primigenia del grito y de la voz como expresión vital identitaria de acuerdo con lo que plantea Ana Lidia Domínguez: “Se suele olvidar que primero fue el grito y no la palabra; que con la voz, además de hablar, también se gruñe, balbucea, resopla, tose, zumba y carraspea. Se olvida que la voz goza del privilegio de ser el único miembro no orgánico de nuestro cuerpo: no está articulada a él como el corazón o los pies, no cumple ninguna función vital de la que dependa el correcto funcionamiento del organismo y, si bien se gesta en nuestro interior, en cuanto emerge se desprende del cuerpo que la engendró (…) Se olvida, finalmente, que la voz es más nuestra que nuestro nombre”.

Siguieron sonoridades muy diversas: las de los platos de la batería infantil que Ricardo Lomnitz nos dejó escuchar durante la grabación de Tímpano, martillo, yunque y estribo, la primera emisión del programa 17, Narrativas sonoras; y la audible vitalidad de la naturaleza: el glacial deshielándose en el ande peruano con el que Luz María Bedoya introdujo el testimonio de Kelyn Leonela Labra Panocca, líder estudiantil cusqueña. Con esa pieza inauguramos la serie radial co-conducida por Daniela Fajardo y por mí, Testimonios voz y memoria, que da cuenta del valor de la oralidad, así como de la dimensión política y crítica de la voz.

En uno y otro espacios radiofónicos subyace la intención de una meta reflexión sobre la sonoridad y la escucha. Propone que dichos espacios sean habitados cada semana por invitados externos que dialogan con miembros de la Caravana sobre asuntos que nos conciernen. Entre ellos, el territorio por el que transitan los cuerpos migrantes, la farmacosexualidad, la Inteligencia Artificial, las nuevas dramaturgias, la sonoridad en el cine y en el podcast, por citar solo algunos temas.

A la presencia continua de La gallina ciega, programa fundacional de 17, Radio concebido y conducido por Andrés Gordillo, coordinador de Estudios de la historicidad; a la serie Territorios críticos, que conduce Lorenzo Rocha coordinador de Estudios territoriales; y al programa Femimorfas, trasmitido desde Bogotá por Polimorfas —colectivo de mujeres con discapacidad—; recientemente se ha incorporado a la parrilla de nuestra programación La cabra en el tejado, una propuesta presentada por el Programa de Cultura Judaica de la Universidad Iberoamericana, con lo que se refrenda la vocación de interlocución del Instituto.

Desde aquí nuestro reconocimiento por su orientación y valioso apoyo a Diego Aguirre, Alejandro Joseph Esteinou, Jonathan Gutiérrez, Carmen Limón, Miguel Ángel Quemain y Ana Cecilia Terrazas, integrantes del Consejo consultivo de 17, Radio. Asimismo a Cynthia López y Raúl Velásquez, colaboradores de nuestro equipo.

[“xeqkproporcionalahoradelobservatoriohasteunnuevoconceptodeltiempo”, título de este texto, corresponde al nombre de la estación que cada minuto “daba la hora”. Referente radiofónico para muchas generaciones de quienes crecieron en México antes de la era digital ¿una fórmula sonora de cronometrar el tiempo?]

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