Entre las 140 imágenes seleccionadas, apenas hay, en rigor, nueve donde aparece más de una persona ──el autor──. Y en esas nueve, sólo se alude a ese “otro”, o a “los demás” ──el plural sólo se aplica en dos casos──, para señalar su lejanía, su ausencia, su virtualidad o su estar-como-si-no-estuviera.
Se podría pensar que esa ausencia de “otros” se debería ──y de manera obvia──, a lo que no sin lítote se llamó en México sana distancia: al confinamiento.
Quizá no sea tan obvio. A diferencia de muchos países, la cuarentena en México fue hasta cierto punto voluntaria, a criterio. Salvo casos de excepción, el encuentro con “otros” fue posible, aunque limitado. ──Claro que en ese límite podría radicar todo el sentido de la exposición──.
Con todo, y este es mi punto, el encierro también significó una intensificación ──y muy posiblemente un cambio cualitativo── de ciertas relaciones: familiares, y de pareja ──o entre los muchos que, hoy día, comparten un departamento, una casa──, para comenzar; pero también de amistad y vecinales. O de quienes cuidaron a otros. O con nuestros proveedores ──descubrimos el significado de “lo esencial” y que la “cadena de valor” es, al mismo tiempo, una cadena de valores──.
La cuarentena, por otro lado, significó la entrada masiva de la escuela y el trabajo en la intimidad: invadieron las salas, las recámaras, los comedores, los estudios, prácticamente sin horario. Lo mismo que los grupos virtuales de amigos.
En una palabra, en 2020 siempre hubo alguien ──y no pocas veces, muchos, y hasta en exceso──.
Sin embargo, en estas 140 fotografías no hay una ciudad, siquiera vista por la ventana. Vecinos. No hay sociedad. ¿Cómo entender esa obliteración?
No estaríamos, entonces, ante una crónica, digamos periodística de esos días, sino ante un fantasma, en el sentido que Freud le dio a esa palabra: una representación, velada, en un escenario como un sueño, de un deseo.
Un deseo, en este caso, de “contacto”, “táctil”. Es decir, un deseo de caricia ──de caro, “querido”, en italiano, de acuerdo con el Diccionario Corominas; y, a su vez, del indoeuropeo ka-, “desear”──. Un deseo de ser querido, de ser deseado. De desear.
Salvo en dos o tres casos, no se alude, sin embargo, a un deseo erótico, sexual. Ese con/tacto es más bien amable ──“digno de ser amado”──. El latín amare da lugar a amigo, y amistad.
Se trata de “afecto” ──“cariño, sentimiento por el roce externo”, de acuerdo con el diccionario──.
“Roce”, y esto es muy interesante, comparte raíz con “romper” ──del latín ruptiare──, “quebrar, hacer pedazos, hacer una brecha”──; me imagino que se trata de una brecha hacia alguien, hacia los demás──, en una deriva que pasa por “roza” ──”desbrozar”, “preparar un terreno para cultivarlo” ──.
Por sorprendente que parezca, se desconoce la raíz de “amar”; se supone que vendría de amma, voz infantil para llamar a mamá.
La secuencia de imágenes hablaría, entonces, de una orfandad.
Consunción: esta palabra, título de la foto de Andrea Olguín ──joven participante de menos de 21 años──, quizá sea una de las más justas, entre las que se usaron para designar a las imágenes.
De acuerdo con Etimologías de Chile, “consunción”, es la “extenuación y enflaquecimiento”, el “deterioro y extinción de algo, generalmente por combustión, evaporación o desgaste”. Es un “absorber del todo”.
Pero ¿qué es lo que se agota, lo que “se lleva a su final”?
Desde luego, ese yo, tan claramente plantado desde el título del concurso. Lo interesante, aquí, es que en ese “usar algo [el yo] hasta que se agota y se acaba”, en ese “gastarlo hasta el final” [el yo], hay, también, según la etimología, un obtener, un ganar, un tomar, y distribuir. Porque la raíz de la palabra consumir se forma del prefijo com- (con, junto, todo), y el verbo sumere el cual significa tomar. Sumere viene de sub (bajo) y emere (obtener, comprar, ganar). Este verbo se vincula con la raíz indoeuropea em- (tomar, distribuir).
Se trata, entonces, también de tomar, de distribuir algo por abajo.
Y si lo que se combustiona es el “yo”, ¿qué es lo que se distribuye y se gana?
En esta secuencia de 140 imágenes, sólo hay una donde el sujeto mira con claridad a la cámara ──más aún, que mira con claridad── ; en las 139 restantes, la mirada está velada, en blanco, oculta, difractada, “movida”, extraviada, trastornada, ausente, ida, y finalmente… ¡el rostro mismo ha desaparecido!
El cuerpo está distorsionado, contorsionado, anudado, multiplicado.
Con todo, las deformaciones del rostro, del cuerpo, no llegan a ser una máscara, un disfraz: no llegaban a ser “otro”. La fatiga que denotan es la de la mismidad. El hartazgo de ser el mismo. No hay “otro”, en uno.
No hay personaje.
No hay ficción ──del latín fingere, “modelar”; a su vez, del indoeuropeo dheigh, que da lugar al griego thinganein: “tocar con el dedo”, y está presente en el griego paradeisos … ¡”paraíso”!
En esta secuencia de imágenes no se toca ──ese es su tema──. Se señalaría, así, una ausencia ──y un deseo── de paraíso.
Ese jardín, desde luego, es otro tópico.
Para muchos, en él radicaría el sentido mismo de la Historia ──y quizá de las historias──: en la superación de la “separación”, del “ser-separado”.
En la superación, tal vez, del “yo”.
Ese paraíso, es, quizá, esa ganancia, lo que se “distribuye”.
El tópico es clásico, es cierto. Sin embargo, durante esos días de 2020 ──y quizá ahora mismo── adquiere como una calidad distinta; cierta urgencia.
En la primavera de 2020 abrimos nuestras ventanas, y en ese extraño silencio, vimos sorprendidos el regreso de tantos pájaros, de insectos, de olores, de cielos que eran recuerdos… De osos, manatíes, elefantes…
En medio de todo, caray, tocamos el paraíso …
Conrado Tostado