En un texto de carácter performático, Susana Bercovich plantea que el psicoanálisis es una práctica donde la improvisación es fundamental. Frente a un mundo en el que impera una lógica que niega lo azaroso y lo imprevisible, la improvisación se presenta como una práctica de resistencia, un ejercicio de la libertad. En la práctica psicoanalítica esto se expresa como apertura al otro y a lo que ocurre, afirmando la movilidad que es propia de lo vivo.
Reflexionando sobre su propia práctica como jazzista, Eduardo Piastro plantea que la improvisación musical supone la construcción de una sonoridad propia: una búsqueda por encontrarse a sí mismo. Sugiere pensar la improvisación en términos de un soñar, en tanto juego con lo almacenado en la memoria y una escucha anticipada de lo que se quiere oír. Contra la lógica del GPS, la improvisación supone andar a la deriva, viajando sin mapa alguno.
A partir de una perspectiva de conocimiento situado, Juanita Delgado arroja una serie de preguntas acerca del carácter político de la libre improvisación, una práctica en la que simultáneamente se construyen lenguajes convergentes y divergentes, desde una lógica del “y”. La improvisación es también una práctica creadora de relaciones, que permite la emergencia de mundos sonoros otros, incentivando la escucha y la apertura al diálogo. Así, se revela como un contra-dispositivo que, al igual que la escucha y la lectura, fungen como prácticas de resistencia frente a la lógica de productividad propia al mundo capitalista.